… a discusión
Pbro. Alberto Ávila Rodríguez
El domingo, en la liturgia secular de la Iglesia Católica, se bendice de manera especial al Creador por todo lo que hay en la tierra, en los mares, en el espacio sideral: “Bendito seas en el firmamento del cielo…” Pero, ¿cómo bendecir a Dios que ha venido a traer paz a la Tierra, cuando en el Espacio caminan las naves de guerra; cuando cruzan el cielo camufladas para matar gente; cuando el ingenio humano ha inventado armas químicas para destruir sin ruido y sin fuego? ¿Cómo invitar a las multitudes a que multipliquen sus cantos de reconocimiento al Señor de la Creación, si por tierra, mar y aire se aproxima la tragedia, la des-trucción?
¿Cómo decir: “¡obras del Señor, bendigan al Señor!”, cuando las maravillas de la tecnología se utilizan para dañar sin ser acusados y destruir sin ser condenados? Se ensayan a aplastar el prodigio de la vida en sepulturas manchadas de sangre; se regodean en el destrozo y desfiguración de la imagen más perfecta de Dios. Y después de arrasar con todo, se pretende todavía alzarse con la victoria sembrando ruina, usurpando la independencia de los pueblos como botín de guerra…
Allá, en la tierra de “Las mil y una noches”, no concluye del todo la preparación de la guerra, por ahora en tregua condicionada, pero asesorada por las ambiciones indistintas de otros pueblos de la Tierra. Allá, junto a la cuenca de los ríos famosos en donde se pretendía que estaba “el paraíso del mundo”, aquellas regiones han sido campos de batalla por la conquista nacida de las envidias.
Allá está el mundo bíblico, la tie-rra de Abraham, de donde fue sacado por la promesa de Dios para buscar otra tierra donde abundaría la miel y la leche; tierra difícil, pero que se fue conquistando por el arduo camino de la Fe. En esa misma región, donde se inició una Gran Historia con un pequeño rebaño y la promesa de Dios en el ánimo, hoy se invocan las armas para lucrar en esa tierra de ambición; se fa-brica la muerte y se abandona la Fe en el único Dios verdadero, aun por agentes mediadores que presumen creer en Él. Fue y es tierra de ensueño; pero, sobre todo, de lucha y conquista; una tierra en donde decía el Salmista: “Nada temeré, porque tu vara y tu cayado me dan seguridad”. Ahí en donde Dios se comprometió a guiar a su pueblo por sendas de justicia, se cierne la sombra de la guerra y de la muerte.
Ahí también ha habitado el Dios que ofrece el Shalom, la cordura para que haya paz. No la ofrece sin riesgo ni esfuerzo, pues supone la tarea de cada generación. Urgen diálogos para entender y convencer; la lucha contra las ambiciones va a procurar la armonía. Con Dios a la derecha, “No temerás los terrores de la noche ni la flecha que vuela de día… que haya paz en tu casa”.
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