Pbro. José Horacio Toscano González
“Dios es Padre Omnipotente, porque nos ha elegido como hijos y nos ha bendecido antes de la creación del mundo. En Jesús nos ha hecho realmente sus hijos, el acompaña nuestra existencia, nos da su Palabra, sus enseñanzas, su gracia y su Espíritu; Él no abandona, sino que sostiene, ayuda y salva con su fidelidad”.
Con estas palabras del Papa Emérito Benedicto XVI, nos detenemos a reflexionar en el don de aquellos hombres que, por gracia de Dios, en su generosidad y responsabilidad se han convertido en padres de familia.
Honrar la Paternidad
Dentro de la familia, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre, es el amor a la esposa madre y el amor a los hijos el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad. Donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible. Al mismo tiempo el Apóstol San Pablo nos recuerda que como hijos estamos llamados a obedecer a nuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honrar a nuestro padre y a nuestra madre, lleva consigo una promesa: ser feliz y prolongar la propia vida sobre la tierra. Reconocer como hijos que la paternidad divina es la fuente de la paternidad humana, es encontrarnos con el fundamento del honor debido a los padres.
El respeto a los padres está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre”, “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre…en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar”, “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión”.
Actitud para con los Padres
La familia, es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, las relaciones en el seno de la familia se fortalecen por la reciproca vivencia de sentimientos, afectos e intereses que provienen del mutuo respeto de sus integrantes. Por tanto:
Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla. Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la independencia de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud.
«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor […] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16).
Padres custodios de la Virtud
“El Señor, todopoderoso, que nos ha dado la vida terrena y la celestial, bendiga a estos padres para que junto con sus esposas, sean los primeros que, de palabra y obra, den testimonio de la fe ante sus hijos, en Jesucristo nuestro Señor”. La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación “tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse”. El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables. Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos.
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. La familia es un lugar apropiado para la educación de las virtudes.

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