Antonio Maza Pereda
No, no estoy escribiendo sobre la selección nacional de futbol. Ni sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte ni siquiera de las elecciones presidenciales del 2018, por lo menos directamente. No, el mayor riesgo no está ahí.
El mayor riesgo es el odio que se está desarrollando entre los mexicanos. El 2 de julio, no importa cuál sea el resultado, una gran parte de la población estará enojada. Y dada la campaña de odio, insultos e improperios que hemos vivido, una mayoría está muy ofendida. Y eso tiene un precio.
Ya vemos familias divididas por razones de candidaturas. Vemos a organizaciones sociales, filantrópicas y religiosas que estuvieron unidas por nobles ideales, formando bandos y atacándose unos otros. Compañeros de trabajo que ya no cooperan. Y peor: grupos hablando del desquite, de expulsar del país a los que no piensan como ellos, de quitar los bienes a sus opositores, de fusilamientos. Y algunos van más allá, llegando a la violencia física y verbal. Incluso el asesinato de militantes y candidatos.
Cierto, esto no nació en esta campaña. Somos un país con una vena violenta. Antes de la guerra contra los narcos, antes de las campañas de los últimos años. Solo que no tenemos estadísticas confiables de la violencia en nuestra historia. Recuerdo de niño, en mi pueblo, a un viejito que nos contaba viejas historias de nuestra patria chica. Y, a veces, al hablarnos de algún personaje, nos decía que había muerto de enfermedad. Nosotros, chamacos irreverentes, nos burlábamos del anciano por ese dicho. Solo tiempo después nos dimos cuenta de que casi todos los personajes de sus historias pueblerinas habían muerto violentamente y muy pocos por otras razones. México, Tierra de Volcanes, es el título de un libro de Joseph H. L. Schlarman, aludiendo a esta vena violenta que aparece en nuestra historia. Libro que, por cierto, estuvo prohibido en México por varias décadas.
Así era México, y así podría llegar a ser de nuevo si no ponemos un remedio. La prueba de fuego de la democracia es aceptar el voto de la mayoría sin reaccionar violentamente. O sin desquites económicos o de otra índole. Y, por el otro lado, los ganadores aceptando que deben gobernar para todos y no solo para los que los favorecieron con su voto y sin buscar desquite contra sus opositores.
Algo difícil de aceptar dada nuestra larga historia de fraudes electorales, que algunos cínicamente llamaron “fraudes patrióticos”. Una larga historia de gobernar para los amigos y no para todos. Muchos hechos de discriminación contra minorías y también contra mayorías, como ocurrió contra católicos, mujeres, obreros y campesinos en otras épocas.
Hace más de 100 años, un famoso dictador dijo que México ya estaba preparado para la democracia. La realidad lo desmintió y un siglo ha pasado sin que tengamos plena democracia. ¿Estamos preparados esta vez? Nuestra reacción después del 1º de julio nos dará una señal muy clara. Ojalá sí nos podamos demostrar a nosotros mismos que, finalmente, nuestra sociedad, nuestra ciudadanía, ya ha llegado a su mayoría de edad.
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