Por Sara Isabel Arana Ruiz
Mientras leía la novela “El tiempo entre costuras”, uno de los personajes llamo mi atención, pues creo que en la vida de la mayoría de las mujeres ha existido un hombre como “Ramiro Arrivas: con porte deslumbrante, varonil, que irradia optimismo y seguridad las veinticuatro horas del día; ocurrente, sensual, guapetón, amigable, dinámico, constructor de planes soberbios, con la palabra justa y el gesto exacto para cada momento, de los que juran amor eterno desde el primer instante”. Por supuesto, éste galán que intentaba convencer de lo que no estaba convencido, a la protagonista de la novela (incauta mujer atrapada en la imbecilidad del enamoramiento), logró su objetivo. Y esta mujer ya prometida con un hombre “flaco, afable, tan fácil como tierno, de buena estatura y pocas carnes, maneras educadas y un corazón en el que la capacidad para quererla parecía multiplicarse con las horas”, abandonó la realidad de su historia amorosa, pero ya menos sensible, para comprar el cuento que prometía una nueva conquista, se dejó llevar por la idealidad de palabras elocuentes, a pesar de no estar acompañadas de lucha, esfuerzo, y voluntad. El atractivo despertó emociones, y confundió amor con enamoramiento, y midió su amor en la emoción. Como es de suponerse, un amor sustentado en lo fluctuante, se derrumbó rápidamente, pues cuando los sentimientos son los que gobiernan, te hacen actuar en el momento y no perduran para siempre.
¿Qué pasó conmigo?, ¿qué está pasando con las mujeres que buscan este hombre que tiene la capacidad de amar, pero nos vamos con las palabras del otro hombre? que teniendo la misma capacidad de amar, no le permitimos que ame, porque nos dejamos llevar por una actitud deplorable de un chico como Ramiro, de conquista y coqueteo, sin medir y evaluar el compromiso, porque se mueven en ideales más grandes, en principios que comparten contigo, y que por ello es más fácil creer que es el chico indicado, el que Dios ha pensado para ti. Hay una frase que me encanta del papa Francisco “el amor no debe nacer en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios” y creo que sintetiza lo que yo quiero expresar. Muchas veces los sentimientos son más potentes que la razón, pues ellos actúan en todo el cuerpo, con sensaciones, emociones, adrenalina, miedo… todo lo que se despierta al estar enamorada y te provoca hablar y actuar de una manera que no te esperabas.
Cuando el amor nace en la arena de los sentimientos, estos dominan en el ser, lo que provoca decir todo lo que está sintiendo, pero eso no significa que esté dispuesto a hacerlo. Es decir, cuando uno está enamorado, puede decirte que eres la única mujer en su vida, que desea estar enamorado de ti para siempre, que no hay distancias que se interponga a su amor… pero no sabemos si cada palabra tiene el carácter y la voluntad de hacerlo. Y no por ello tiene la intención de lastimarte, significa que aún le falta madurar en las relaciones y construir el amor con los hechos, no porque los sentimientos deban de ser reprochados o ignorados, sino porque el amor que se basa sólo en ellos, no es amor, es un sentir del momento, un ideal, un proyecto, un instante que no despierta la capacidad de lucha, no genera la conquista y no conoce la perseverancia.
El enamoramiento es el primer paso para llegar al amor verdadero, pero es un PASO, no el camino, no la meta… Si al estar enamorada, te has dado cuenta que todo lo que sientes, quieres hacerlo vida, entonces ya estás empezando la carrera, pero si tu enamorado sólo habla con los sentimientos, al principio creerás que van hacia la misma meta, que están entrenando juntos… y al final cuando estén listos para la carrera, él se cansará o simplemente no correrá, porque lo que dijo, lo que sentía, no tenía credibilidad y por ello no pudo sostenerse, ni custodiar lo que le compartía el corazón. Te sentirás derrotada, vencida… querrás dejar la carrera, sentirás que todo el entrenamiento fue en vano y que nunca llegaras a la meta… pero es ahí cuando te das un momento, miras al pasado, recuerdas todos los entrenamientos, cada momento compartido, descubres que tú caíste en el peligro, le justificabas la impuntualidad al entrenamiento, su poca disciplina, su nula lucha por correr esta carrera contigo… pero tú cegada por sus palabras, por lo que te hacía sentir, confiada en que sus palabras tenían la voluntad de hacerlas vida, como tú lo decidiste hacer… y sólo así descubres tus errores, te conoces a ti misma, entiendes que te hace falta entrenar… miras al cielo y agradeces a Dios por este compañero que apenas te acompaño en el entrenamiento, esta experiencia que te ayudo a descubrirte y agradeces que no haya corrido esta carrera contigo, porque para llegar a la meta es necesaria la lucha, disciplina, perseverancia, la conquista día a día.
Así que mujer, levanta tu cabeza, fija la mirada en el cielo y dale gracias a Dios por que te está cuidando en este arduo entrenamiento. No te apresures por correr la carrera, no permitas que cualquiera corra esta carrera contigo, porque quien lo haga, aquel que ha sido pensado para ti, dará todo de sí, desde el entrenamiento… así como tú lo harás por él… Eres grande y valiosa, y él así lo verá, se dará cuenta que es afortunado de ser tu compañero de carrera y lucharan cada día, sin importar el tiempo, el trabajo, la distancia, el dinero… por triunfar juntos en esta carrera que conduce al proyecto más grande, a una meta que trasciende… a un AMOR INCONDICIONAL. ¿No crees que vale la pena la espera? Si comienzas a trabajar en ti, a crecer en el amor, a estar plena en Dios, entonces reconocerás al compañero que quieres a tu lado, sin necesidad de buscarlo, de esperarlo, de justificarlo… pues ambos formaran un mismo proyecto y juntos crecerán en plenitud. No olvides que lo que dura para siempre es “un corazón en el que la capacidad para quererme parecía multiplicarse con las horas” porque la capacidad de amar, crece cada día si está fundido en el AMOR que es DIOS.
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