José de Jesús Parada Tovar
El estrado en que se trepa uno para que le lustren los zapatos tiene sus ventajas: se domina desde mayor altura el panorama; se platica más agusto con el lustrador, y se garantiza un trabajo más “profesional”. Así me ocurrió el otro día con “Don José” (nombre ficticio, pues ni siquiera se lo pregunté) en pleno Centro tapatío, precisamente en la Plaza Guadalajara, antes llamada “de los laureles”.
Pero, eso sí, trabé sabrosa conversación, salpicada de anécdotas, remembranzas, incertidumbres y uno que otro desencanto. Y vaya que el verbo le fluye, sin que por ello distraiga los sucesivos pasos de enjabonar, engrasar, cepillar, entintar y encintar el calzado, sólo con muy leves pausas para levantar la mirada y cerciorarse de que se le pone atención.
De mal en peor
“Mire, la cosa está cada día más mal porque ha bajado muchísimo la clientela. Con decirle que, muy antes, hacíamos hasta 20 ó 25 boleadas por día, comenzando desde las 7 de la mañana. En cambio ahora, sobre todo en los fines de semana, cuando mucho atendemos unos ocho servicios. Es más, hace poquito me cayó nada más un cliente en toda la jornada.
“Claro, aquellos eran tiempos en que el dinero sí valía. Lo que hago, a veces, es traerme un lonchecito para marear el hambre. Y es que aquí en el Mercado Corona, aunque la comida es buena y no tan cara, un menudo mediano, con todo y refresco, me sale en 60 pesos. Lo bueno es que cerquita del cuarto que rento, por el rumbo de la Calzada, hay una fonda que vende muy sabroso y diario está llena porque sirve el plato, bien copeteado, a 40 pesos”.
Varias y muy lógicas causas
A ver, ¿a qué atribuye usted que haya tan poca demanda?, le pregunté a mi chaineador. Y, más veloz que los repetidos trapazos para abrillantar, le dio admirable orden a sus argumentos: “Son diversos los factores que influyen. Primero, la industria del tenis está acabando con la formalidad y el buen gusto de calzar; gente de todas las edades usa diariamente tenis, a pesar de que son apestosos y deslucen en actos formales.
“En segundo lugar, la fuerte competencia de los boleros ambulantes ‘de cajón’, porque cobran igual que nosotros, a 25 pesos, pero no le dan la comodidad al cliente, y además no pagan permiso. No es que estemos en contra de ellos, pues todos tenemos derecho a trabajar, pero deben ofrecer su servicio deambulando por el Centro, no aquí detrasito o delantito de nosotros y hasta burlándose de uno. Otro factor es el de los bajos salarios, aunque el mínimo ya lo hayan subido a 100 pesos. La verdad, no ajusta para cubrir la canasta básica ni mucho menos para darse una boleada por acá; más bien, muchos ya prefieren darse chain en casita, comprando esas cosas que dan brillo y hasta sin cepillar”.
Señala “Don José” que los representantes sindicales de los aseadores de calzado siguen en pláticas con la actual Administración Municipal de Guadalajara: “Como que hay la intención de cobrarnos derecho de plaza a 22 pesos diarios, que significan 8,030 pesos al año. Y no, eso es tasarnos como comercio, cuando nosotros somos de servicios. Imagínese, aunque yo soy solo, pago renta, mi comida y mis medicinas, pues estoy malo de la columna. ¿Y si a eso le añadimos la incertidumbre de que quieran quitarnos de aquí? ¿A dónde me voy o qué otra cosa puedo hacer si en esto llevo ya 37 años? Lo malo es que los de esta Plaza no estamos tan unidos como sí lo están los de la cercana Plaza ‘de las sombrillas’, a los que no pudieron retirar”.
Afortunadamente, mi interlocutor confía en que el Ayuntamiento les ayude a mejorar su situación y no cargarles la mano. Incluso ha oído rumores de que, ahora que acaben bien lo del “Paseo Fray Antonio Alcalde”, a ellos les modernizarían su equipamiento concediéndoles uniformadas sillas altas con toldo, facilitadas en comodato.
Ah, y por último, recordó con nostalgia a los antiguos empleados y hasta a los dueños de aquellas empresas familiares de la zona; entre otras: las Tiendas Franco y El Vapor, la Casa Anguiano y las Droguerías Levy. “Todos ellos eran gente distinguida y muy bien educada -recordó-. Bueno, uno de ellos hasta vino a despedirse de mí poco antes de cerrar definitivamente el negocio, y casi enseguida supe que se murió”…
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