Mi reflexión personal postsinodal

No pocas voces a lo largo y ancho del orbe católico han visto este Sínodo de la Amazonia como una reunión maligna de los que quieren destruir a la Iglesia. Por supuesto que esa visión es falsa, producto de aquellos que no conocen a esos obispos y al resto de integrantes de esta reunión. Yo tengo la suerte de haber predicado en varias diócesis selváticas. Sé que los obispos de la Amazonia son individuos sencillos que aman al prójimo y que defienden la fe católica; nadie es hereje, mientras no se demuestre lo contrario. Ahora bien, esas voces contrarias no son voces aisladas. Ha sido un clamor que, de ninguna manera, puede ser despreciado.
¿Qué ha sucedido para que el sínodo sea visto como una traición a la Iglesia? El sínodo no puede pasar de largo como si no existiera esta cuestión. Porque estamos hablando de que un tanto por ciento nada despreciable del clero –no creo que baje del 5%– entiende este sínodo así. Este hecho merece un análisis por parte de los protagonistas, no solo una autodefensa.
Resulta ridículo pensar que todos los obispos de la Amazonia son ultraprogresistas. Pero, dado que esta reacción hostil tiene su origen en el modo en que se percibe el esquema mental de los obispos progresistas –que ciertamente los hay– se requiere que sea alguien de fuera, alguien de fuera de ese esquema, el que explique a los criticados por qué son criticados. Los criticados han mostrado bien claramente su incapacidad de tender puentes hacia esa masa de fieles que han pasado del rechazo a una enconada hostilidad. La crítica no es unidireccional, pero ahora me tengo que centrar en la recepción de la crítica por parte de los obispos amazónicos. O, mejor dicho, por parte de una cierta tendencia presente en no pocos obispos amazónicos. No estoy diciendo que todas las críticas sean verdaderas y los criticados culpables. Pero ese es el gran problema eclesial de esas tierras.
Aquí nos hemos puesto a defender la ecología y lo veo muy bien. Pero es verdad que había una gran lucha de fondo, una inmensa contienda entre mentalidades eclesiales, acerca de cómo enfocar la entera evangelización, allí y en cualquier parte del mundo. Y hay que hacer notar que, según se enfocara el sínodo según una mentalidad o la otra, los resultados iban a ser muy distintos.
Recordemos que la Curia Romana tenía todos los esquemas preparados para el comienzo del Vaticano II. Un cambio en los instrumentos de trabajo de cada documento y en la organización de los grupos supuso un cambio radical en las conclusiones.
¿Qué ha pasado para que un sínodo se convierta en un motor de tensiones? No es que hubiera tensiones y el sínodo las evidenció. ¡Es el mismo sínodo es que se ha convertido en motor y generador de división! En el pasado, existían tensiones y un sínodo o un concilio era instrumento para superarlas. El sínodo siempre se ha visto como símbolo de unidad e instrumento para ella. Pero, en este caso, la Iglesia, ¡la Iglesia entera!, sale mucho más dividida en sus sentimientos de lo que lo estaba antes.
Ante esta situación, nos podemos preguntar qué hubiera sugerido un agudo Rahner o un Von Balthasar, tan amante de la paz y la síntesis, o un Ives Congar o De Lubac. Mis palabras no significan: “Hay que escuchar a los conservadores y abominar de los progresistas”. Para nada. Conozco a obispos de la Amazonía abiertos a todo lo noble, a todo lo bueno. Pero a todo lo bueno inscribiéndolo en la corriente de los santos padres. Para evangelizar la Amazonía no se precisa que los presbíteros rompan con la escolástica medieval ni con los grandes tratados dogmáticos de mediados del siglo XX.
¿En los años 70 y 80 no se favoreció una cierta ruptura? ¿No se persiguió a los grupos eclesiales que no se sometieran a una evangelización más humana? Por supuesto que sí. Y los resultados están ahora a la vista de todos. Donde mayor fue la ruptura, mayores fueron los frutos de esa ruptura. Yo lo he visto con mis propios ojos en esas tierras.
No, no estoy diciendo: “Encumbremos a los tradicionalistas”. De ninguna manera. Pero si escuchásemos la opinión externa de los venerables patriarcas ortodoxos, sacaríamos mucha luz de cómo ellos ven la situación.
Los evangélicos han hecho la pesca más impresionante que podamos imaginar en esas tierras amazónicas. También de sus predicaciones sacaríamos mucha luz para entender por qué las almas han preferido a los que les predicaban la Palabra frente a aquellos que se quedaban más en lo humano.
A nivel global, los fieles de la Iglesia ahora están muy divididos en sus sentimientos. Aunarlos se presenta como la más urgente de las tareas.

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