Debido a la pandemia del COVID-19, este año la Vigilia Nacional por la Vida, que normalmente congrega a miles de fieles un día antes de la Marcha por la Vida, se realizó de forma virtual y contó con la participación de un pequeño grupo de fieles en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, ubicado en Washington DC.
El evento inició el 28 de enero a las 8:00 p.m. con el rezo del Rosario por la Vida, dirigido por religiosas de diversas congregaciones. Luego se realizó la Misa de inauguración de la vigilia, celebrada por el Arzobispo de Kansas City, Mons. Joseph F. Naumann, presidente del Comité de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB).
Durante la vigilia también participó el rector del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, Mons. Walter R. Rossi; el Nuncio Apostólico en Estados Unidos, Mons. Christophe Pierre; y el Arzobispo de los Servicios Militares, Mons. Timothy Broglio.
Mons. Rossi inició la celebración dando “gracias a Dios por la vida humana durante este Año de San José” y pidió al padre adoptivo de Cristo “que proteja a todas las vidas y la defensa de los más vulnerables entre nosotros”.
La Misa se realizó pocas horas después de que el presidente Joe Biden, en su segunda semana en el cargo, permitiera la financiación estadounidense de grupos internacionales proaborto. El 22 de enero, en el 48° aniversario del caso Roe vs. Wade que permitió el aborto legal en Estados Unidos, Biden, que se califica como católico, también se comprometió a codificar el caso.
Durante su homilía, Mons. Naumann se refirió al apoyo del presidente Joe Biden al aborto y dijo que “nuestras armas para derrotar la cultura de la muerte no son ladrillos, pistolas o bombas molotov, sino oración, ayuno y limosna”.
“No debemos ceder al desánimo, mucho menos a la desesperación. Tampoco debemos complacernos en la ira o atacar a quienes no están de acuerdo con nosotros”, y pidió a los católicos que “oren y ayunen” para que el presidente cambie de opinión sobre el aborto.
El Prelado también se refirió a la pandemia y dijo que quizás “el punto más brillante” de la respuesta de la nación ante el COVID-19 fue tomar medidas extraordinarias para “proteger a los más vulnerables aquellos con condiciones de salud preexistentes y los ancianos”.
Señaló que “en una cultura donde la eutanasia y el suicidio asistido han ganado fuerza ha sido alentador que nuestros protocolos COVID no se basen en una ética sesgada de calidad de vida”, que restringe la atención a los ancianos y discapacitados, basándose en una suposición sobre su “calidad de vida”. Si no que se les comunicó que “sus vidas son importantes y atesoradas”, afirmó.
Finalmente, Mons. Naumann se refirió a los católicos que reciben la instrucción de no recibir la Comunión, y subrayó que la recepción de la Sagrada Comunión no pretende ser “inhóspita” o “exclusiva”, sino que exige coherencia, pues al responder “amén”, el católico afirma “creer y profesar todo lo que la Santa Iglesia Católica cree, enseña y proclama para ser revelado por Dios”.
“De manera similar, la integridad requiere que un católico no reciba la Eucaristía mientras actúa de una manera incoherente con la enseñanza católica fundamental”, dijo. “No queremos que los cristianos no católicos profesen algo en lo que no creen”, agregó.
Al término de la Misa, Mons. Broglio recordó la decisión de la Corte Suprema de 1973 que causó la pérdida de 62 millones de vidas, al fallar en no reconocer la dignidad humana de los bebés en el vientre materno, y dijo que “la mejor forma de responder al error colectivo hoy es con nuestra conversión personal”.
“Esta noche hermanos y hermanas estamos reunidos para rezar por el derecho a la vida, la sanación de aquellos que están en error y renovar nuestra habilidad de ser testigos efectivos de su Verdad que lleva a la vida eterna”, dijo.
Mons. Broglio también recordó a San José como ejemplo de paternidad y destacó que pese a no entender la imagen completa, con la ayuda de Dios que lo iluminó, protegió la dignidad y la vida de la Virgen María y de Cristo.
Luego se realizó la Hora Santa por la Vida hasta las 11:00 p.m., momento de oración que marcó el inicio de una serie de Horas Santas dirigidas por todos los obispos de los estados del país desde sus parroquias.
Esa noche antes de la vigilia, también se realizó una Misa Votiva de los Santos Inocentes en la Iglesia Católica de San José de la Arquidiócesis de Washington, ubicada en el Capitol Hill, a dos cuadras de la sede del gobierno de Estados Unidos.
Luego de la Eucaristía y en medio del frío propio de esta época del año, un grupo conformado por cerca de 30 personas bajo medidas de bioseguridad realizaron la tradicional caminata hasta los exteriores del edificio de la Corte Suprema, donde permanecieron haciendo vigilia de oración hasta el día siguiente, señaló CNA -agencia en inglés del grupo ACI.
El cofundador de la organización católica de trabajadores Tradistae, Thomas Hackett, dijo que realizaron esta “tradición penitencial” porque era necesario como providas continuar marcando la diferencia y hacer evidente la tragedia del aborto.
Es necesario tomar “en serio la cierta gravedad de lo que es el aborto y lo que significa vivir en un país donde millones han sido asesinados y siguen siendo asesinados en el útero”, dijo y relató que durante toda la noche rezaron la Liturgia de las Horas, el Rosario y cantaron himnos.
Por su parte, Mickey Kelly de Filadelfia, que viaja hasta Washington D.C. para participar en la Marcha por la Vida durante los últimos 12 años, dijo que asistir a la vigilia en persona “también me da la oportunidad de volver a comprometerme con la causa de por vida”.
“Aunque sería una pequeña multitud, pensé que todavía quería hacer una diferencia”, para defender “todas las etapas de la vida, desde el útero hasta la tumba”, concluyó.
La Vigilia concluyó el 29 de enero con la Misa de clausura presidida por el Arzobispo de Baltimore, Mons. William E. Lori, presidente electo del Comité de Actividades Pro-Vida de la USCCB.
Durante su homilía, Mons. Lori dijo que “en estos tiempos particularmente difíciles para el movimiento provida”, “la Eucaristía nos une y fortalece en nuestros esfuerzos de garantizar la justicia por los no nacidos y para crear una cultura para que cada vida es amada y protegida desde la concepción hasta la muerte natural”.
Además, llamó a los fieles a “ser discípulos de Jesús y ser misioneros provida de la iglesia en la sociedad que lo necesita tan desesperadamente” y a no tener “ansiedad” o “desesperación”, pues esta “enfría nuestras relaciones con los demás” y “corroe la unidad que es tan necesaria para que la causa de la vida sea exitosa”.
En cambio, animó a llevar la verdad con “alegría y gratitud” y confianza en Dios. “El Señor no nos olvida, el Señor no nos abandona, el Señor permanece con nosotros, especialmente en la Eucaristía y continúa ejercitando el poder de su amor en nosotros en estos días”, dijo.
“Este hecho debe animarnos, pero también involucrarnos rezando y trabajando por la causa de la vida, tal vez como nunca antes”. El Prelado precisó que esta tarea nos debe llevar a la paz de Cristo, pues contamos con la gracia del Espíritu Santo. Como dijo Jesús: “No dejen que sus corazones se turben. No dejen que sus corazones tengan miedo”, concluyó.
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