Román Ramírez Carrillo
Ser sacerdote en México, es una vocación de alto riesgo. Según el Centro Católico Multimedial, han sido asesinados 23 sacerdotes, desde al año 2012.
Los sacerdotes son incómodos tanto para las autoridades civiles, como para el andamiaje estructurado por el crimen organizado, por su tarea profética de anunciar y denunciar, y por guiar a las comunidades por caminos de una vida digna, frente a los corruptores y destructores del tejido social.
El sacerdote Juan Miguel Contreras García, vicario de la Parroquia de San Pío de Pietrelcina, en Haciendas de Santa Fe en Tlajomulco, fue asesinado tiros por dos hombres en la Notaría Parroquial.
El arzobispo de Guadalajara, Francisco Robles Ortega, pidió justicia y que pronto se esclarezca el homicidio del padre Juan Miguel. Al inicio de la misa de Consagración de tres nuevos obispos auxiliares para Guadalajara, señaló con firmeza: “Tenemos que encomendar a nuestras autoridades, que desgraciadamente tienen que reconocer que sus esquemas de seguridad han resultado fallidos; y no lo digo sólo por este sacerdote, lo digo por tantas vidas que son injustamente segadas”.
Ante este hecho, se impone hacer las siguientes reflexiones:
En México, las autoridades de todos los niveles, federal, estatal y municipal, incumplen sus obligaciones de garantizar el derecho a la vida de los habitantes y de preservar la seguridad pública, sean sacerdotes o no.
La experiencia nos dice, que ante crímenes de personas con cierta relevancia social, como los líderes sociales, sobre todo del campo de los derechos humanos o de los colectivos de ecología y defensa del medio ambiente, o contra periodistas, las autoridades judiciales son prontas a declarar criminalizando a la víctima.
El sacerdote que está en peligro, es el que hace su trabajo con las ovejas, el que no es neutral frente a las situaciones humanas. El que detrás de las estadísticas encuentra personas con historias.
El que se da cuenta que “la violencia está porque no hay Gobierno”; el que no es indiferente frente al dolor, sino que se pone junto a las víctimas, junto a las ovejas, el que hace comunidad de esperanza.
Los sacerdotes cumplen el papel esencial de reconstrucción del tejido social. Dan testimonio del mundo que nos rodea y muestran, sí, los muchos peligros, pero también las grandes esperanzas que encierra.
El sacerdote que está en peligro es el que cree que es posible transformar a la sociedad con fe, participación, diálogo y oración. El que afirma que “si el crimen organizado tiene poder, es porque el gobierno lo ha permitido, o porque está sometido, o porque es cómplice”.
El sacerdote fiel a su misión, es el que mira con ojo crítico y que no ha perdido la capacidad de indignarse por lo que le pasa a su rebaño, y que al mismo tiempo mantiene la esperanza de que se puede cambiar la “normalidad mexicana” de la violencia, impunidad y pobreza.
El trabajo del Padre Juan Miguel, se centraba en la pastoral familiar y en la pastoral social, no estaba anclado en el problema, sino que era proactivo; previniendo la violencia, humanizando todas las situaciones, poniendo su atención en los daños en las familias y en las personas; atendía al Cristo que sufre en un ámbito de grandes contrastes sociales de la zona metropolitana de Guadalajara.
Los sacerdotes necesitan seguir siendo arropados y cuidados por sus comunidades parroquiales a las cuales sirven, por eso los ciudadanos, debemos reconocer su esfuerzo y valentía, y comprender su apasionada entrega a las causas de los más vulnerables. Por eso, toda la sociedad condena las agresiones, presiones, asesinatos y violencia contra los sacerdotes.
La Conferencia del Episcopado Mexicano pidió a las autoridades investigar el homicidio del sacerdote. “Solicitamos con firmeza, una vez más, investigar exhaustivamente, hasta aclarar los hechos, para actuar conforme a la justicia, y no permitir que éste, ni los demás crímenes en nuestra nación, queden impunes”. Al tiempo.
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