Por Antonio MAZA PEREDA | Red de Comunicadores Católicos |
Hubo un tiempo en que Venezuela destacaba en América latina como un oasis de democracia en una región dominada por dictaduras, perfectas o imperfectas. Rómulo Betancourt, fundador del partido Acción Democrática, fue reconocido como el “padre de la democracia” en ese país, y su legado duró por muchos años. No sin dificultades, pero sin caer en problemas dictatoriales.
Desgraciadamente, en Venezuela se puede ver que la democracia tiene como sus mayores enemigos a la demagogia y al populismo. Siguiendo en alguna medida la historia de Hitler, Hugo Chávez intentó un golpe de Estado, pasó algún tiempo en prisión, y después fue elegido presidente, según las reglas democráticas. Pero no fue el único populista: posiblemente por décadas el gobierno venezolano fue detentado por partidos que hacían ofertas muy generosas basadas en una amplia disposición de sus recursos petroleros. Se creó con ello en una parte importante de la población, la que tiene menos recursos y oportunidades, una idea de que las clases medias eran acomodadas gracias a que explotaban a las clases pobres. Y las clases medias compraron ese concepto. Al comentar temas políticos con venezolanos, se podía detectar fácilmente en las clases medias sentimientos de culpa y a la vez el temor por lo que pudieran hacer los desheredados el día en que se acabara su paciencia.
Muchos votaron por Hugo Chávez pensando que podría mitigar esta separación social y lograr alguna medida de acuerdo entre las clases sociales. Lo cual no ocurrió. Chávez se apoyó en ese sentimiento para tener un apoyo importante entre las clases menos favorecidas promoviendo el desacuerdo con las clases medias y ricas. De haberse presentado como un militar nacionalista, fue derivando cada vez más hacia la izquierda castrista, y dadas las fuertes relaciones del país con las naciones árabes empezó a cultivar relaciones con Siria e Irán, que en algún momento fueron promotores del terrorismo, incluso en América latina. Como, por ejemplo, el bombardeo de una sinagoga en Buenos Aires.
Chávez empezó a actuar como patrocinador de gobiernos de izquierda, dando petróleo barato a izquierdistas latinoamericanos, sobre todo a Cuba y repartiendo dinero a los países gobernados por las izquierdas. La muerte de Hugo Chávez, ocurrida en Cuba según la oposición, coincide con la caída espectacular de los precios del petróleo. Precios muy elevados que habrían permitido a Venezuela tener recursos importantes para desarrollar al país, pero se dedicaron a subsidiar el nivel de vida internamente y apoyar a gobiernos de izquierda externamente.
Los economistas, incluso los venezolanos, han reconocido que la economía de ese país sigue estrechamente unida a la suerte de los precios del petróleo, de modo que si los precios son altos, su economía es fuerte; en cambio si bajan los precios del petróleo se cae el nivel de la economía venezolana. Una realidad que no depende del gobierno, sino del comercio internacional. Poco puede hacer el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, para cambiar esta situación. Hubo la oportunidad de haber salido de ese ciclo de dependencia de los precios petroleros, aprovechando los grandísimos excedentes que tuvo el gobierno venezolano y desarrollar una base productiva que permitiera tener mayor estabilidad económica. Pero no se hizo y, como se dice, el hubiera no existe.
Hoy Nicolás Maduro tiene a sus órdenes grandes grupos radicalizados, a los que se les ha convencido de que los problemas económicos del país como su alta inflación y el desabasto del comercio local, son culpa de una oscura conspiración entre el Imperio y los burgueses venezolanos. Y con sus grupos organizados con el esquema castrista, han provocado violencia contra manifestaciones legítimas y legales de sus opositores y de la clase media. A lo cual Maduro ha respondido, por supuesto, encarcelando a muchos líderes de la oposición.
Sin profundizar más en la situación ni en sus causas, habría que pensar en que ese país tiene pocas salidas. Una es lograr un acuerdo en los países árabes para lograr subir de nuevo los precios del petróleo. Seguramente Maduro ha recibido algunas promesas en la gira que hizo por esos países en días pasados, pero las necesidades de los países petroleros exigen mantener los precios actuales para hacer inviable la producción de petróleo de exportación en Estados Unidos. Lo cual está en sus intereses de largo plazo de una manera mucho más importante que los intereses de Venezuela. Al regreso de esa gira, Maduro tuvo una reunión bastante discreta con el Papa, en la cual se supone que hubo un ofrecimiento para que el Papa sea mediador entre las fuerzas políticas de Venezuela. Y, como una medida desesperada contra una huelga nacional, ofrece un aumento de salarios del 40%. Sin explicar de dónde va a salir el dinero para ello.
Hay lecciones en todo esto. El populismo, sea de izquierda o de derecha, se nutre de alimentar el odio entre sectores de la población. Es el modelo de Lenin, de Hitler y Mussolini, y de muchos dictadores latinoamericanos. Hay que entender que el odio entre sectores de la población no conduce a nada bueno. Se necesita también ser muy objetivos para reconocer que hay causas para este odio. Todas las clases sociales tenemos que hacer un severo examen de conciencia. Las clases medias deberíamos analizar si nuestra solidaridad va más allá de los mínimos a los que nos obligan las leyes de impuestos. Nuestra participación en política también debería ser más amplia, para evitar que se desperdicien los recursos que podrían mejorar el nivel de vida de los más pobres y asegurar que no se despilfarren en proyectos faraónicos o que se mermen debido a la corrupción.
Sí, hay que rezar por Venezuela. También hay que rezar por México, en donde se ha creado sistemáticamente el odio entre clases sociales. Pero además hay que entender que los problemas no se resuelven solos. Nos urge un despertar ciudadano que fortalezca la democracia, que aumente nuestra solidaridad y que haya muy difícil que los demagogos cualquier signo encuentren un campo fértil para su nefasta tarea.
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