Memorias de un Sacerdote, amigo, formador y escritor

50 años al servicio de Dios

Con grandes anécdotas en el corazón, el Padre Adalberto González, Decano de los Medios de Comunicación de la Arquidiócesis, rememora con alegría el camino recorrido, y pese a las vicisitudes señala que ha disfrutado la vida y el sacerdocio. 30 años los dedicó a la atención a los Medios de Comunicación.

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Sonia Gabriela Ceja Ramírez

Adalberto González González quedó huérfano de padre a los 8 años, y a los 10 conoció el mundo del trabajo. Inició acarreando agua de los pozos en su natal Capilla de Guadalupe, Jalisco, y pronto se volvió comerciante, pues en un pequeño cuarto que le prestó su abuelita se dedicó a vender frutas: “Veníamos al Mercado Corona, pues en ese tiempo ahí se concentraba toda la vendimia; eran pequeñas bodegas  y buscábamos lo más barato y lo más bueno, para vender en el pueblo. Vendíamos, además, prensas para hacer tortillas, aparatos de petróleo,  sopladores; en fin, lo que el ranchero necesitaba.
“Mi abuelita era tan buena, que siempre me compraba lo que ya se estaba quedando”, recuerda el Padre Adalberto en su casa de la Colonia Americana, donde pasa algunos días, pues los otros los transcurre en el Albergue Trinitario Sacerdotal, a donde fue llevado después del accidente que sufriera hace seis y medio años, y que deterioró su salud al grado de mantenerlo en una silla de ruedas y bajo los cuidados de otras personas.

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Su vocación surgió de la convivencia
Adalberto fue el mayor de los 4 varones de la Familia González González. Su hermano más chico, Filemón, ni siquiera alcanzó a conocer a su padre. Tuvo, además, tres hermanas: Baciliza, Simona y Carmen.
Respecto a su infancia, recuerda también que era peleonero. “Uno como huérfano siente que todos lo quieren amolar, y yo tenía mis pleitos seguros, sobre todo para defender a mis hermanos. Era muy bueno para las canicas, para las zumbas, las ruedas de carro y todo lo que uno jugaba durante la infancia, y que hoy son recuerdos felices”.
Su carrera como comerciante duró poco, pues pronto descubriría el llamado de Cristo: “Los Padres en La Capilla eran muy buenos, y allegados a la familia. Yo estaba en la Vanguardia de la Acción Católica y convivía mucho con los Sacerdotes. El Padre me puso de secretario, así que mi trabajo era hacer el acta de las reuniones que teníamos cada semana. Nos llevaba a jugar futbol, y saliendo nos daba una agüita de esa guayabita colorada, muy sabrosa.
“El Padre Enrique Sandoval Godoy empezó a invitarme a los ranchos. Nos daban muy bien de comer y nos trataban muy bien porque íbamos con el Padre, quien era el hombre de más reconocimiento en el pueblo.
“Al principio, no me admitieron en el Seminario. Aunque mi mamá ya no quería que me viniera, el Padre Águila quiso traerme y se hizo cargo de mis gastos, hasta que me sacó a la orilla”.

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Los años de formación
“Así llegamos al Seminario, nos traían de todas partes; nomás nos quitaban los huaraches y nos ponían zapatos.
“Yo le decía a mi Padre Espiritual que quería irme, pero él me convencía de esperar un poco más; era el Padre Rafael García (después Obispo), quien me sostuvo durante todos esos años de Humanidades.
“Después vino la Filosofía, y a mí me dio por la pintura y la escritura; ahí comenzaron a publicarme mis poemas. Teníamos como nuestro gran ínclito Maestro al Canónigo Ruiz Medrano,  quien quería que fuéramos un Garcilaso o Lope de Vega. Era muy listo, y nos toleró como gran Maestro. Yo lo admiraba mucho porque componía polifonía, dirigía un coro, tocaba el piano; lo habían invitado a América del Sur a dar clases; era un gran hombre”.

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El itinerario recorrido
La ordenación sacerdotal llegó a los 26 años, en 1966, en pleno auge del rocanrol y los pachucos, así que su look cuando fue ordenado era un copete al estilo de Elvis Presley, refiere él mismo.
“Tú te imaginas el gusto que le da a uno llegar a ser Padre, porque la verdad sí nos costó, por los estudios que eran tan estrictos, por la disciplina, por el internado”.
Respecto a su primer destino, recuerda que el  Cardenal José Garibi le indicó que iría a uno de los pueblos más bonitos de Jalisco, Temastián, que según le dijo, era todo de cantera.
“Después de estar un mes en Totatiche cubriendo las vacaciones del Sacerdote, hicimos el trayecto a caballo y me recibieron aventándome flores y con letreros de bienvenida; con una fiesta en el teatro del pueblo y un señor que no tenía piernas pero que me bailó ‘La Cacahuata’.
“Ahí sólo duré ocho meses y luego me mandaron a Totatiche como Padre Espiritual en el Seminario, y luego como Prefecto. Después, duré muchos años dando clases en el Seminario, primero en la Secundaria, en San Martín, donde había alrededor de 400 muchachos, que eran una raza bárbara. En el comedor me aventaban frijolazos con la cuchara.
“Luego me pusieron como Encargado del Instituto de Vocaciones Adultas. Ahí duré cinco años y enseguida me mandaron, en 1980, como Vicario a la Parroquia de La Madre de Dios, donde duré 10 años hasta que, en 1990, me mandaron de lleno a atender los Medios de Comunicación, con los cuales empecé a tener trato desde que estaba en el Seminario, para la primera visita del Papa Juan Pablo II a México, en 1979”.

Los albores de los Medios en la Diócesis
De quien recibió la encomienda de trabajar en la Oficina de Prensa fue del Cardenal José Salazar López.
“En ese entonces, la Iglesia no era fuente informativa para los Medios de Comunicación, así que nos tocó abrir ese camino”.
El Padre explica que lo más difícil al frente de la Oficina de Prensa del Arzobispado fue enfrentar a los Medios después de la muerte del Cardenal Posadas, Pastor que en casi seis años logró ganarse el corazón de la Iglesia tapatía y de quienes trabajaban a su lado en la Curia.
Refiere que desde el primer momento la gente dudaba de la hipótesis de la confusión, principalmente los reporteros que habían visto el operativo y las extrañezas que en éste ocurrieron.
Después llegó a ocupar el cargo Don Juan Sandoval Íñiguez, quien no se desistió en su afán de encontrar a los culpables del asesinato de su antecesor, pero que aún hoy no ha visto concretizarse su anhelo de justicia.
“Con Don Juan tuve muchas anécdotas, algunas chuscas y otras no tanto. Recuerdo una vez que íbamos cruzando la Plaza de la Liberación desde el Arzobispado (que en ese tiempo estaba a espaldas de la Catedral) hacia el Periódico El Informador (por la calle de Independencia) y la gente se le acercaba y le decía: ‘No se deje, estamos con usted’. En plena calle”.

Donde Dios disponga
Pese a que los últimos seis años los ha pasado en cama o en una silla de ruedas, el Padre Adalberto considera esto como una Providencia de Dios. “Yo ya andaba muy mal de salud, y Dios me puso un hasta aquí, metiéndome en otro rol.
“El primer año estuve entre la vida y la muerte. Una noche que tenía un dolor tremendo, me enrosqué en mi cuerpo y comencé a decirle al Señor: ‘Porque así te ha parecido bien’, y a la media hora me quedé dormido.
“En este tiempo en El Trinitario, con los compañeros, me he sentido motivado. Hay quienes sabían cuatro idiomas y ahora no pueden hablar. Hombres que hicieron 14 iglesias o escribieron 40 libros. Estaba, por ejemplo, D. Benjamín Sánchez, el mayor Poeta de Jalisco. Y así, muchos Sacerdotes que entregaron su vida al servicio de Dios”.
Señala que a últimas fechas le tocó convivir en El Trinitario con el recientemente fallecido Obispo D. Rafael Martínez Sáinz: “¡Qué hombre tan bueno! Decía que se sentía muy a gusto ahí porque estaba tranquilo”. El entrevistado afirma que la fraternidad sacerdotal es algo muy valioso en cualquier etapa de la vida del Clérigo.
Concluye que ha disfrutado sus primeros 50 años como Sacerdote. Dice admirar la labor de los Periodistas. Agradece a Dios y a su familia, que lo ha apoyado siempre.
A la fecha, el Padre Adalberto ha escrito y publicado 16 libros, cinco de los cuales los ha escrito durante su estancia en el Albergue Trinitario.

En la web: Entrevista completa en: Siag.org.mx

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