Amor y paciencia para los enfermos

Querida Lupita:

No sé cómo reanimar a mi papá, que está en silla de ruedas y ya no puede ver. Tiene 80 años y está deprimido. Mi mamá ya está cansada de lidiar con él. Yo trabajo todo el día para poder comprar sus medicinas y mantener a mis padres. Llego cansada y tarde a casa, sólo para escuchar reclamos y pesimismo, que están acabando conmigo también. ¿Por qué Dios es tan injusto?
Ana Belén J.

Querida hermana, Anita:
Cuentan que un hombre pidió a Dios que le recortara su cruz. Así lo hizo el Señor, y al poco tiempo aquel hombre pidió otro recorte. Volvió a concedérsele el deseo. Sucedió algunas veces más, de modo que un día se veía cargando su cruz como quien carga un llavero. La pasó “a gusto” en este mundo, y llegó el día de su muerte. Para presentarse ante Dios, debía cruzar un amplio precipicio con su cruz, pero era tan pequeña, que no le alcanzaba para atravesar. Entonces lamentó haber recortado así el medio que Dios le dio para gozar de su presencia eternamente.
Todos llevamos una cruz, y no hay que pedir a Dios que nos la quite, sino que nos ayude a cargarla.
Hace unos días estuve de visita en la casa de un hombre de avanzada edad que ya no puede ver y tiene amputados sus pies. Me recibió con entusiasmo y me contó que ha salido de una fuerte depresión gracias a que Dios habita en su corazón. Me explicaba que en un principio sintió un agobio pesado y aplastante al sentirse inútil. Enfrentó semanas y meses en soledad y se preguntaba por qué nadie venía a tocar su puerta para preguntarle cómo estaba. Una noche, después de orar con mucha fe, tuvo la certeza de que Dios le pedía que fuera él a tocar a las puertas de otros hermanos suyos que padecían la misma soledad. A la mañana siguiente, un joven estudiante llegó a su domicilio diciéndole que formaba parte del Grupo Juvenil de la Parroquia y que en nombre de Jesús venía a pasearlo un poco en su silla de ruedas. Con una gran sonrisa, este ancianito recibió a aquel mensajero del Señor y le dijo: “Llévame a donde haya otros enfermos que necesiten compañía; quiero platicarles y animarlos como quisiera que lo hicieran conmigo”.
¡Esto es cargar la cruz con Cristo! No se acaba el dolor ni el cansancio, pero sí se sobrellevan con heroísmo. Cristo nos aligera el peso y nos suaviza el corazón.
Tú eres una hija ejemplar; tus padres tienen su propia cruz y sabes lo difícil que es cargarla sin Cristo.  Hazlo entrar a tu vida y verás que las cosas buenas pasarán si te pones en sus manos. Habla con tu Párroco y explícale la situación para que se genere un taller de amor hacia tu papá y hacia otros  enfermos en tu Parroquia. ¡Los cristianos somos la comunidad de los que aman!  No estamos solos cuando enfrentamos estas dificultades. Están solos los que se han dejado llevar del individualismo dictado por los Medios de Comunicación. Nuestro Rey es Jesucristo, y su Reino es el Amor.
El Papa Francisco invita, a los sanos, a mostrar gratitud ante Dios por la salud, que es un don preciado, y a salir al encuentro de los que sufren, con la debida dosis de paciencia y amor, para convertirnos, así, en islas de misericordia en este mar de indiferencia.

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