“La orden firmada por el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de levantar su Muro, sigue levantado polémicas y ha enardecido las diferencias entre ambos países”. Pero lo cierto es que todas las naciones, incluido México, también construyen su propio muro contra los inmigrantes. Son pocas las bardas de cemento y lodo, pero demasiadas las barreras emocionales y discriminatorias en las fronteras y al interior de los países.
Una canción antigua mexicana, de Pancho Madrigal, cuenta una historia… Un día salió Jacinto, con el mecapal colgado al hombro para hacer camino, cargando esperanzas, dolores y pobrezas. Salió de la tierra soñando con un futuro mejor. Las ilusiones se hacen añicos, las aventuras se llenan de vergüenza, como sueños vanos; porque muros, rayas, soldados y leyes obscenas cierran las fronteras de los anhelos.
Se han fabricado zonas prohibidas, hay intolerancia, racismo, desigualdad económica; mucho sufrimiento sin consuelo. Hay ordenamientos e interpretaciones que ensucian la libertad. Alambrados que nacen de la discrepancia y mueren hasta el último límite de la tolerancia. Surge el crimen que nace de la insidia; brota intempestivamente contra hombres y mujeres desahuciados. En este México nuestro, “la bestia” es el tren que ha empujado, y a veces mutilado, miles de sueños de migrantes.
Hay esperanzas que se volvieron dolor; planes que, apenas tras nacer, se fueron a la tumba; vergüenzas que no se quiere cargar: “… que yo ya no quiero volver pa’llá, al fin ya no tengo ni ónde llegar….” Así canta Jacinto Cenobio. Es la trova nacional. Es el dolor ajeno y propio que surge de las ilusiones apagadas de millones de migrantes.
¡Sal de tu tierra!… fueron y son palabras sonoras de promesa, de perspectivas nuevas, que encierran el deseo de cambio. No dejan de pronunciarse, de oírse a lo largo de los siglos, en todos los pueblos de la Tierra. Al inicio fue un mandato bíblico, que se ha ido cumpliendo a pesar de la reticencia de los poderosos; llevarse a cabo fue en razón de este mandato-promesa, de seguir a su Dios.
“… Cuando llegues a la tierra, practica los preceptos que el Señor te dio”. Arrieros somos y en el camino andamos; hoy por mí, mañana por ti, dice la jerga popular. Los senderos son muchos, las inquietudes para vivir mejor son diferentes. La orden fue: “Crezcan, multiplíquense, dominen la tierra”. Hoy aprendemos a avasallar a la gente, adueñarnos de los espacios. Cualquiera que traspase el coto de nuestras envidias nacionales, es un intruso, un emigrante indeseable.
Los 11.3 millones de indocumentados que actualmente radican en Estados Unidos, tienen temor, pues se han convertido en el blanco principal para practicar una política antiinmigrante. En su discurso ante el Congreso de Estados Unidos, el Papa Francisco se presentó como hijo de inmigrantes: “En los últimos siglos, millones de personas persiguen el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. No nos asustemos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes”.

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