El combate para ser dignos hijos de Dios

Hermanas y hermanos en Cristo:

Hemos iniciado el camino que nos llevará a la Celebración de la Pascua, de la vida nueva, de la Resurrección del Señor. Si de verdad queremos vivir este recorrido, y en el espíritu de la Cuaresma, tenemos que mirar a Jesús, que nos revela el verdadero sentido y valor de este tiempo.
Él fue sometido a la tentación -como estamos sometidos todos- en el desierto. Va lleno de la presencia y de la Gracia del Espíritu Santo, que lo ha manifestado como enviado del Padre, en el momento del Bautismo, en el Río Jordán.
Pero el Demonio quiere despojar a Cristo del Espíritu Santo, que lo ha hecho Hijo de Dios. El Diablo quiere posesionarse de Jesús y echar a perder su tarea; despojar de su corazón al Espíritu. Satanás no puede resistir al Hijo de Dios, que ha venido a evangelizar; por eso quiere despojarlo de esta dignidad, y echar a perder, desde el principio, su Misión.
La tentación se hace presente, con todo y combate. No sucumbe Jesús, porque lo enfrenta revelando la mentira del Demonio. Sabe que no es verdad todo lo que el Maligno le propone.
Jesús es tentado; ¡con toda verdad es tentado!, pero vence al Enemigo, y no se deja arrebatar al Espíritu Santo, del que está lleno.
Apliquemos esta experiencia de Cristo a nuestra experiencia. El día de nuestro Bautismo fuimos lavados del pecado original, y también se nos concedió el Espíritu Santo. Somos hijos de Dios. Estamos revestidos de la dignidad de ser hijos de Dios, pero esta realidad Satanás no puede resistirla. Por eso lucha permanentemente por arrebatarnos esta Gracia que poseemos del Espíritu de Dios, como león rugiente, buscando a quién devorar (Cfr. 1Pe 5,8).
Tenemos que aceptar que nosotros, muchas veces, no combatimos como Jesús, y sucumbimos a las tentaciones, y dejamos que el Demonio nos arrebate al Espíritu y que pase a ser nuestro dominador. Ésta es una penosa realidad que, con toda humildad, tenemos que reconocer. Normalmente no combatimos, y sucumbimos.
Pero no todo está perdido. Podemos recuperar la dignidad que recibimos, gracias a Cristo, que se entregó y murió por nosotros. Escuchemos la Palabra en esta Cuaresma, meditemos la Palabra, oremos con la Palabra de Dios. Acerquémonos con humildad y verdad al Sacramento de la Reconciliación, y recuperaremos nuestra paz, nuestra dignidad de ser hijos de Dios.
Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida para llevar provechosamente este tiempo de preparación para la Pascua, porque -a veces- sólo nos fijamos en las tradiciones de estos días, y no en la profundidad del seguimiento de Cristo como discípulos misioneros.

Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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