El Evangelio que nuestra Madre Iglesia dispone para el Cuarto Domingo de Cuaresma, presenta a Jesús como la luz del mundo que ilumina los ojos de un ciego de nacimiento, abriéndolos, así, a la fe. Para el Evangelista San Juan, el ciego, más que un testigo, se convierte en un símbolo que genera una sugerente parábola de vida (Jn 9, 1-41).
A través del diálogo
El Evangelio de Juan es conocido como el ‘Libro de los signos’. Corresponde al sexto signo la curación de un ciego, la cual suscita una retahíla de polémicos diálogos que ayudan a entender lo acontecido. Todo empieza con un cuestionamiento de los discípulos a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?” (v. 2). La respuesta de Jesús es contundente: “Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que se manifestaran las obras de Dios” (v. 3). Semejantes desgracias, conforme a algunas tradiciones, tenían su explicación en ser un castigo por el pecado (compárese v. 34).
Jesús rechaza dicha creencia y orienta su reflexión hacia el ‘para qué’. El Mal, más que ser explicado, debe ser combatido. Recordemos el consejo del Apóstol: “No te dejes vencer por el Mal; antes bien, vence al Mal con el Bien” (Rm 12, 21).
La recreación del ciego
La curación es la ocasión propicia para que avance el Plan de Dios (véase v. 4) a través de Jesús, quien es ‘El Enviado’ (véase v. 5). Con esta declaración de Jesús, el Evangelista da por anticipado el sentido del milagro (compárese v. 37). De la Piscina de Siloé se sacaba el agua, símbolo de las bendiciones mesiánicas, durante la Fiesta de las Tiendas. En lo sucesivo, las bendiciones vienen de Jesús, ‘El Enviado’. Éste es uno de los títulos de Jesús, característicos del Evangelio joánico: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado, y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). Por ello, vemos que Jesús procede a la curación. El ‘barro’ que emplea evoca el relato de la creación del ser humano (v. 6: compárese Gn 2, 7). Al recuperar la vista, aquel hombre fue recreado.
El Bautismo,
fuente de Vida nueva
¿Acaso la ‘unción’ sobre los ojos y el mandato de ‘lavarse en la piscina del Enviado’ no aluden al rito del Bautismo, fuente de Vida nueva? Notemos que el propio Evangelista comenta, para los lectores que no conocen el hebreo, que ‘Siloé’ significa ‘el Enviado’ (véase v. 7).
Benedicto XVI, el Santo Padre Emérito, nos invita a reflexionar: “Se trata de algo más que una simple aclaración filológica. Nos indica el verdadero sentido del milagro. En efecto, el ‘Enviado’ es Jesús. En definitiva, es en Jesús y mediante Él en donde el ciego se limpia para poder ver. Todo el capítulo se muestra como una explicación del Bautismo, que nos hace capaces de ver. Cristo es quien nos da la luz, quien nos abre los ojos mediante el Sacramento” (Jesús de Nazareth, Madrid 2007, Pág. 287).
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