El pasaje evangélico que nuestra Madre Iglesia propone para el día de hoy, presenta el conocido encuentro de Jesús con la Samaritana, donde vemos una de las transformaciones más hermosas suscitadas por el Señor, cuando aquella mujer, de vida disipada, se convirtió en mensajera del Santo Evangelio (Jn 4, 5-42).
La salvación viene de los judíos
La escena es de tal riqueza, que nos limitaremos a comentar dos de sus aspectos más relevantes. Jesús se sentía orgulloso de los suyos, de ser integrante del pueblo hebreo. El Evangelista subraya esto cuando relata que Jesús reconvino a la Samaritana: “Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos” (v. 22). Es la única ocasión en los Evangelios en que vemos a Jesús incluirse en una oración (compárense: Mt 6, 9; Lc 11, 2).
Jesús conoce y aprecia pertenecer al pueblo judío, consagrado a Yahvé, que lo escogió por pura Gracia: “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de los pueblos; sino por el Amor que os tiene” (Dt 7, 7-8).
El Cardenal Martini, un Padre de la Iglesia actual, nos invita a ponderar: “Un atraso que debe pesarnos es el no haber considerado vital nuestra relación con el pueblo hebreo. La Iglesia, cada uno de nosotros, nuestras comunidades, no pueden entenderse ni definirse sino en relación con las raíces santas de nuestra fe y, por tanto, con el significado del pueblo hebreo en la Historia, con su Misión y con su llamada permanente” (Un Pueblo en camino, Paulinas, Bogota 1986, Pág. 76).
Jesús sabe mirar al corazón
Un segundo aspecto es la forma respetuosísima en que Jesús se relaciona con la mujer, superando los esquemas de su tiempo, al extremo de que sus seguidores se extrañaron: “En esto, llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’” (v. 27) Los discípulos no se animaron a decirle nada. Jesús adopta una postura exenta de prejuicio respecto a la mujer que, para Él, posee el mismo valor y dignidad que el varón.
El Señor siempre nos da una oportunidad, porque sabe mirar al corazón.
“Las prostitutas os precederán
en el Reino de los Cielos”
Los invitamos a partir de esta reflexión del Evangelio a mirarnos en el espejo del Señor Jesús, contemplando cómo vivió Él. ¿Valoramos realmente las raíces judías de nuestra fe, tal como nos enseña el Señor Jesús? En el caso de los varones: ¿Tratamos a la mujer en la Sociedad, en nuestras familias, en la Iglesia, con el mismo respeto mostrado por el Señor Jesús?
En una obra de Teatro, escrita por José Luis Martín Descalzo, un Sacerdote crítico, así como los Profetas y, también santo, a decir verdad, sin credenciales oficiales, que intitula con unas palabras del mismísimo Jesús: “Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos”, describe la entrañable oración de Rosa con su único amigo: un comprensivo Cristo: “Yo te amo lo mejor que sé. A lo mejor estás enfadado porque hablo mal. Pero qué más quisiera yo, que tener otra educación, ser de otra manera. Otros no dicen palabrotas, pero dicen mentiras. Otros trabajan en cosas más limpias, pero tienen sucio el corazón. De veras, ¿es que Tú quieres irte? Dímelo de verdad, porque eso sí que no podría resistirlo” (J. L. Martín Descalzo, Las prostitutas os precederan en el Reino de los Cielos, Gráficas Mirte, Sevilla 1997, Pág. 51).
Según el relato joánico, Jesús propició que la Samaritana se convirtiera en alguien que jamás hubiera imaginado: la primera mensajera de la Buena Nueva, ya que “muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer” (v. 39).

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