Ceroplástica pascual en Guadalajara

Pbro. Tomás de Híjar Ornelas

El artista michoacano Carlos Maciel Verduzco (Sahuayo, 1951), que reside en Guadalajara desde que tenía 14 años de edad y que luego de cursar los estudios de arquitectura en la Universidad ITESO abrazó la ceroplástica, es decir, el modelaje en cera, especialidad artesanal que en México tiene muchos antecedentes.
De su dominio en tales labores da fe una escultura que engastada en esta Pascual del 2018 él donó a una de las capellanías de la Parroquia del Sagrario Metropolitano, la cual se inspira en la figura de Cristo resucitado que adorna algunos cirios pascuales.
La pequeña escultura, de apenas 24 de alto por 14 centímetros en su parte más ancha revela tanto el dominio cabal de Maciel Verduzco en la técnica de su especialidad como su personal experiencia religiosa junto con su interés personal en el misterio pascual, constreñido en este caso a un soporte tan frágil como apto para sobrevivir incluso muchos siglos.
El uso de la cera en la historia del arte es antiquísimo. Por ejemplo, todas las culturas antiguas conocieron y echaron mano de esa técnica de fundición en bronce, plata y oro, que hace sus modelos a partir de dicho material, la llamada ‘a la cera perdida’.
En los siglos XIV y XV se hizo común en Italia imponer a los aprendices y estudiantes a modo de ejercicios escultóricos, copiar en cera obras maestras; también, en dicho material se hizo común ofrecer esbozos o maquetas de proyectos de gran calado ofrecidos al cliente por la cabeza de un taller. Seducidos por la facilidad que hay para teñir la cera y darle la transparencia de la carne, de todo ello nos han dejado evidencias autores de la talla de Miguel Ángel y Benvenuto Cellini.

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Reliquias tapatía en ceroplástica
Quien visite la catedral de Guadalajara hoy en día podrá observar la atención que muchos devotos prestan a la escultura yacente de una jovencita de rasgos caucásicos y cabello dorado, que se aloja en una urna de madera. Se trata de la estatua en cera que contiene una parte del cuerpo de Santa Inocencia, a la que se supone niña mártir. Sus restos provienen de las catacumbas romanas de Santa Ciriaca, por la vía Tiburtina, de allí la obtuvo el presbítero Manuel Flores Alatorre, a petición  de su hermano Vicente, canónigo de la catedral tapatía, en 1786; él las recibió dos años después, según constancia del obispo de entonces, fray Antonio Alcalde, O.P., donándola al convento de agustinas recoletas de Santa Mónica, que le mandaron hacer un receptáculo de cera que pusieron en su templo conventual, que luego sirvió al Seminario Conciliar, hasta 1914.
La reliquia estuvo, entre 1918 al 24, al lado del plantel levítico anexo al templo de San Sebastián de Analco, que clausuró en esta última fecha el Gobernador J. Guadalupe Zuno, orillando, poco después, al arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, a remitir a la catedral la reliquia, donde se conserva de 1925 a nuestros días, yendo en aumento su culto en los últimos años.
Nada lejos de ahí, en el retablo en madera dorada que adorna el muro oeste del templo de Nuestra Señora de Aránzazu, se puede analizar la ceroplástica pascual, se trata de medallones de cera de Agnus Dei con más de 200 más años de antigüedad, que en una de sus dos caras muestran siempre al Cordero Pascual y del otro lado, una figura destacada de la Iglesia y en caracteres, el Papa y el año en el que la pieza, confeccionada con cirios de la capilla sixtina, se produjo.

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Por otra parte, en el siglo XIX la ceroplástica en México alcanzó una excepcional demanda en conjuntos escultóricos de  carácter devocional, como fueron series completas de ‘Belenes’ o ‘Nacimientos’ para recrear esta tradición que del reino de Nápoles arribó al de la Nueva España en el siglo ilustrado.
La que aquí nos ilustra, y que se agrega a esta tradición con todos los atributos que le son propios, tiene además, digámoslo, esa sensibilidad religiosa que tanto se aprecia en los artesanos del pasado, que además de ganarse la vida con el trabajo de sus manos dejaban en él algo de su fe.

“Cri-Cri”

Sergio Padilla Moreno

Mañana es un día peculiar: festejaremos a las niñas y los niños, así como a todos los que queremos “hacernos como niños”, según la rica espiritualidad de Santa Teresita del Niño Jesús, religiosa francesa quien en una vida de tan solo 24 años se dejó llevar por Dios hasta la más auténtica y profunda santidad. Su vida sencilla fue una vuelta al Evangelio en su pureza más radical, haciendo viva la invitación de Jesús: “ Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los Cielos”. (Mateo 18,3). Así pues, recordar a Teresita, en vísperas del día en que se celebra la niñez, es una buena ocasión para dejar salir −o recuperar− al niño o niña que llevamos dentro gracias a la música del maestro Francisco Gabilondo Soler, “Cri-Cri”.
Permítanme compartir algo personal: cuando tenía cinco años, mis padres me regalaron una colección de discos con sus canciones y todavía recuerdo las horas de gozosa escucha, donde me formé −como muchos otros los hicieron−en los ricos valores musicales que generosa y magistralmente nos dejó el
compositor
veracruzano.

santa teresita1
Francisco Gabilondo Soler nació en Orizaba, Veracruz el 6 de octubre de 1907. En su juventud tuvo un significativo encuentro con Agustín Lara que sería decisivo para su orientación a la música. A lo largo de su vida compuso 210 piezas, y de ellas grabó en estudio 116. En “Cri-Cri” destacó su inspiración, sentido musical y variedad de estilos, ya que lo mismo compuso tangos (Che araña), danzones (Cocuyito playero, Negrito sandía, La negrita Cucurumbé), valses (Vals del rey), blues (el Ropavejero), o hasta el ritmo español de la jota (Jota de la jota), por mencionar algunos de los muchos estilos en que compuso. No podemos olvidar canciones significativas para muchas generaciones como: La orquesta de animales, El chorrito, la marcha de las canicas, El ratón vaquero, Caminito de la escuela, El rey de chocolate, El ropero, etcétera. Hay que mencionar, además, que la calidad e inspiración de las letras de sus canciones merecen una consideración aparte, dada la riqueza imaginativa y poética que hay en muchas de ellas.
Existe una muy buena recuperación documental de la obra de “Cri-Cri” (quien falleció el 14 de diciembre de 1990) en el libro “Canciones completas de Francisco Gabilondo Soler Cri-Cri”, con prólogo de José de la Colina y comentarios de varios autores, editado por Ibcon en 1999. Un gran número de sus canciones se pueden conseguir en disco compacto en colecciones muy completas, así como en accesos abiertos en las redes sociales. Esperamos, también, que los valores musicales y estéticos con los que crecimos varias generaciones, gracias a “Cri-Cri”, no se pierdan ante los embates de la música comercial y de criterio desechable en la que estamos inmersos.

cri cri

padilla@iteso.mx
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=rrTOTape-MI&list=PLosYUUjF5bls-YmS809pQvoXDUzeDdTjA

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