María Guadalupe Canchola Gonzáles
Marisol Tovar Rivas
Es común que el bajo desempeño académico en los alumnos esté relacionado con dinámicas familiares que no favorecen su desarrollo saludable. Son varios los factores que determinan el éxito escolar de un estudiante, principalmente la dinámica familiar en la que se desenvuelve.
Un hogar que provee un espacio de protección, seguridad, afectividad, respeto, disciplina, tranquilidad y aceptación entre sus integrantes favorece la estabilidad emocional y esto, a su vez, facilita el aprendizaje, así como el desarrollo en general. Una estructura familiar clara y estable donde se motive continuamente hacia el establecimiento y logro de objetivos, fomentará la perseverancia y la responsabilidad en diferentes contextos.
Toda familia debe tener la oportunidad de desarrollar hábitos positivos para aumentar las probabilidades de éxito de cada uno de sus miembros, tales como el autocuidado, formas adecuadas de comunicación y de convivencia, además de estrategias eficaces para administrar el tiempo de tal manera que se logre el cumplimiento de los deberes, gozar de momentos de descanso y esparcimiento.
Por otra parte, la atención y supervisión, así como el tiempo de calidad que se dedica a los hijos juegan un papel muy importante en la vida, los momentos de interacción en los que se les escuche, comprenda y oriente muestran la presencia estable, activa, amorosa y firme de los padres.
En la escuela se desarrollan hábitos de estudio en los alumnos, sin embargo, en la familia se pueden fortalecer u obstaculizar ya que “el hogar es la escuela permanente”.
Los comentarios y opiniones expresadas por los padres de familia respecto a la escuela y a las figuras responsables de la formación educativa, predisponen e influyen en las actitudes y en la conducta de los alumnos. De ahí la importancia de trabajar integralmente como una comunidad escolar, tanto los padres de familia como las instituciones educativas.
Una familia que valora y fomenta un sano desarrollo intelectual como emocional, es formadora de personas íntegras y comprometidas con su entorno, su sociedad y su proyecto de vida. El padre y la madre son modelos de valores, mismos que los hijos manifestarán en el espacio educativo, tales como el saber escuchar, respetar a la autoridad y a los compañeros, creer en sí mismos, mostrar empatía, así como interés por el aprendizaje y por la autorrealización.
En cualquier etapa de la vida, la dinámica familiar será un factor que influya en el desempeño de todo ser humano; resulta indispensable que en el hogar se fomenten actitudes favorecedoras de relaciones interpersonales armónicas y fortalecedoras de hábitos positivos; estos serán, sin duda alguna, factores determinantes en el camino hacia el éxito en los diferentes ámbitos en los que se desarrolla cada persona, cada alumno.
Aprender y enseñar a convivir
José Andrés Guzmán Soto
Uno de los problemas fundamentales y de consecuencias graves para todos los seres humanos en cualquier contexto es la violencia entre nosotros, que es el resultado de la falta de convivencia en armonía y paz entre las personas.
La ruptura del núcleo familiar se da precisamente por la ausencia de una convivencia en armonía, en paz y en amor; la mala comunicación, las incomprensiones, pleitos, odios y rencores llevan a la violencia intrafamiliar. La familia, cuando pierde el respeto y la dignidad de sus miembros es caldo de cultivo para la destrucción de la convivencia familiar.
Algo similar sucede en las escuelas de cualquier nivel, cuando los miembros de la comunidad escolar viven en constante competencia, confrontación por alcanzar altas calificaciones y reconocimientos, perdiendo de vista que lo más importante es la convivencia en armonía y amistad; el aprender a convivir con los demás en igualdad de condiciones de aprendizaje y en igualdad de circunstancia de crecimiento integral.
Si en la familia y escuela la convivencia es compleja, qué decir de la sociedad donde nos ha tocado vivir, donde la violencia es el “pan de cada día” y la desconfianza en el otro se ha convertido en una actitud normal, porque en vez de ver al otro como un compañero de viaje de la vida, lo vemos como un enemigo real o en potencia, al que hay que depreciar y huir de su presencia.
¿Cómo revertir estas situaciones? ¿Cómo lograr una mejor convivencia? ¿Cómo enseñar a convivir a las nuevas generaciones?
Vale la pena insistir en tomar consciencia del carácter social de nuestra naturaleza humana. Nuestra existencia está marcada por la interdependencia entre nosotros como seres humanos, porque nacimos en una sociedad, vivimos en sociedad y vamos a morir en un contexto social.
Además, debemos aprender a conocernos a nosotros mismos; a aceptarnos con nuestras virtudes y debilidades, con nuestros defectos y cualidades, para comprender y respetar a los demás en diálogo de buena voluntad.
Por otra parte, debemos aprender a respetar la diversidad de caracteres, de opiniones, de maneras de pensar y de vivir. Hoy más que nunca el entender y comprender la diversidad de culturas, más que alejarnos, debe unirnos para compartir y enriquecernos en la multiculturalidad.
Tenemos una gran riqueza humana, social, cultural, tecnológica, axiológica y científica que podemos compartir en un diálogo fraterno, donde la diversidad de formas de vivir y convivir sean vínculos de proyectos comunes, de cooperación mutua que nos lleven a construir un mundo más humano en comunión y comunicación en este hermoso planeta que es nuestra patria común.
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