Separados de Jesús nada podemos hacer

Nuestra madre Iglesia ofrece en la mesa de la Eucaristía un pasaje del Evangelio según San Juan, donde el evangelista formula su visión eclesiológica, mediante un discurso metafórico de cómo se funda la comunidad: Jesús es la ‘vid verdadera’ que ha ocupado el lugar del pueblo de Israel, y su palabra la fuente permanente de vitalidad cristiana (Jn 15, 1-8).

El vínculo con Jesús es esencial
El segundo discurso de despedida empieza con la alocución: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador” (v. 1). En el Antiguo Testamento la vid es imagen del pueblo de Israel (compárense Is 5, 1-7; Jr 2, 21). La declaración de Jesús debe entenderse como un discurso de revelación cristológica, que trata de la nueva comunidad de salvación: la Iglesia, fundada por Jesús, ‘la vid verdadera’.
La verdadera viña de Yahvé es la comunidad de los que se adhieren a Jesús. Sólo pertenece al viñedo del Padre el que permanece unido a Jesús: “Al sarmiento que no da fruto en mí, Él [el Padre] lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto” (v. 2). El acento de la frase no está en la expresión ‘dar fruto’, sino en el ‘en mí’, que se repite cinco veces en texto (compárense vv. 2. 4. 5. 6 y 7). El vínculo con Jesús es esencial y conduce a la fecundidad.

Permanecer en la palabra de Jesús
La palabra de Jesús es el principio dinámico de purificación: “Ustedes están purificados por las palabras que les he dicho” (v. 3). El encuentro con la palabra nos coloca en la decisión de creer. La ‘poda’ significa la purificación por la palabra de Jesús, por la opción que nos impone. En la fe se opera esa limpieza, que hace posible dar fruto (compárese Hch 15, 9).

Ser discípulos de Jesús
El don está al comienzo: la palabra de Jesús. El ‘dar fruto’ no ha de entenderse como un logro humano. Del don brota la llamada: “Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí” (v. 4). Sólo la unión con Jesús tiene la promesa del ‘mucho fruto’, mientras que la separación de Él comporta la infecundidad radical (véanse vv. 5-6).
¿En qué consiste esta unión vital con Jesús? En permanecer en su Palabra, en oración confiada (véase v. 7). Esto se evidencia en el amor fraterno: “En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). La palabra de Jesús y el amor son los criterios por los cuales debe regirse la Iglesia y con los que debemos colaborar. “La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos” (v. 8).
Agradecidos, demos gloria a nuestro Padre Dios, comportándonos como auténticos discípulos de Jesús. La madre María Victoria Molins, stj, en un libro de verdad extraordinario, analiza el recorrido por las citas bíblicas en el libro de Las Moradas, escrito por Santa Teresa de Jesús. La autora de la obra nos lleva de la mano hasta descubrir que la Palabra de Dios fue la fuente permanente de la inefable experiencia de tan grande mística.
Nos hace ver que la santa alude a Jn 15, 5, cuando explica en el capítulo 8 de Vida cómo había luchado hasta casi enfermar, y que sus oraciones y súplicas no fueron suficientes hasta que confió absolutamente en Dios: “Suplicaba al Señor me ayudase –nos dice–; más debía de faltar; a lo que ahora me parece, de no poner en todo la confianza en su Majestad y perderla de todo punto en mí.
Buscaba remedio; hacía diligencias; más no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza en nosotros, no la ponemos en Dios (13)”. [Ma. Victoria Molins, stj, Teresa de Jesús. La verdad de las Escrituras, Editorial Enrique de Ossó, Guadalajara, México 2010, pág. 24].

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