Arrogancia, el camino de la infelicidad

¿Consideras que eres la única persona capaz de hacer los trabajos y quehaceres que te son asignados? ¿Piensas que tus ideas son únicas y espectaculares, sobre las de otros? ¿Consideras que la posición que tienes en la vida es fruto único de tu esfuerzo? ¿Has pensado que el dinero es parte de una vida llena de éxito continuo? Si algunas de las respuestas han sido positivas, quizás estés viviendo una vida arrogante.

Por Mary Velázquez Dorantes

El mundo moderno está haciendo un llamado a las personas con una trampa peligrosa: la arrogancia, misma que contagia a las nuevas generaciones porque éstas están siendo atraídas por una vida que promueve las posiciones económicas, las miradas despectivas sobre los otros, el bienestar imperial de unos sobre otros, el abuso para conseguir estatus. Sin embargo, lo único que se alimenta siendo arrogante es la pérdida de la paz, el conflicto con las relaciones, la falta de alegría y felicidad.

El arrogante sufre porque considera que es único y mejor que todos, busca el reconocimiento social y el vitoreo de los demás.

Se trata de un camino que produce momentos de frustración y enojo cuando las situaciones o circunstancias no son como se planearon. Hoy en El Observador de la Actualidad te presentamos tres situaciones donde el arrogante es víctima de su soberbia y, por lo tanto, no es feliz.

DESPERDICIO  DE TALENTOS

En la creciente necesidad de ser reconocido y ser el centro de la atención ajena, el talento que se tiene se vuelve una sombra gris: lejos de que sea reconocido y admirado se convierte en una puerta de salida para los demás.

Cuando la arrogancia consume la vida de las personas se busca ser el centro de atención y muchas veces se cae en la manipulación de los otros. El control sobre las situaciones es abrumador para quienes conviven con un arrogante. El talento depositado en las personas se vuelve motor de envidia para quien padece la soberbia. Por lo tanto, busca alegrarse cuando los otros fracasan y sentirse el único centro de éxito para los demás.

El buen trato, el respeto y la atención salen huyendo de quienes se consideran los únicos frente a la productividad, la competitividad y el éxito. Cuando los demás detectan estos síntomas es muy común ser rechazado. Se inicia un proceso en el que la persona no es tomada en cuenta, sino que se huye de ella. Lo que en un inicio pudo ser síntoma de admiración genera desagrado, desconfianza, aislamiento social.

La soberbia es una bruma densa que ciega a quien la vive porque no toma en cuenta los talentos de los otros. El soberbio se vuelve dictador en los distintos escenarios en los que se hace presente, y termina omitiendo a los demás.

LA NECEDAD  COMO ESCENARIO

Una persona arrogante busca tener la razón de forma constante, exagera sus emociones y se vuelve vulnerable ante los demás si no consigue lo que está buscando. Para ella las relaciones son ganar-ganar, busca el dominio de todas las reacciones. Y se vuelve insufrible convivir con quien busca imponer sus deseos sobre las necesidades y deseos de los otros.

El ego es lo que alimenta a una persona arrogante; las palabras de desprecio y las acciones intimidantes son la materia prima para someter a los demás.

El sarcasmo y la burla se vuelven el arma mortal de quien desea imponer sus normas y reglas. El obsesivo deseo de control es parte de estas personas.

Su actitud en el fondo impone una increíble inseguridad y falta de autoestima que tratan de reflejar con imágenes falsas.

En este escenario pueden atraer una multitud de conflictos con los demás, iniciando una crisis con los familiares y generando toxicidad entre quienes por cuestiones laborales o sociales tienen que obedecer a la necedad constante de sus ideas. Cuando aparece el error no son capaces de aceptarlo, y es una verdadero reto para ellos tener que mejorar su situación; la negación es su principal defensa.

LA SUPERIORIDAD  COMO BANDERA

En medio del colapso globalizado es difícil aceptar que las personas se puedan convertir en arrogantes virales. La mayoría de ellos se justifica en su buena imagen, sus éxitos personales. Su bandera principal es la seguridad sobre sí mismos que viene disfrazada por el sentimiento de superioridad.

Muchos de ellos evitan las probabilidades del diálogo. Suelen creer que las personas pueden aportar cosas interesantes a sus vidas, sus interacciones sociales son utilitaristas, se consideran infalibles dentro de una puerta que los conduce cada vez más a la infelicidad. Su inseguridad es un fuerte ruido interno que evita aceptar la humildad como la única vía de paz interior. La irritabilidad que producen los termina dejando solos, dado que no reconocen la modestia.

Una persona arrogante está llena de fracasos internos que no loss dejan convivir sanamente con otros. Su yo los aniquila y terminan fastidiados de sí mismos.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 18 de noviembre de 2018 No.1219

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