A causa del frío, la Audiencia General se llevó a cabo en el Aula Pablo VI del Vaticano en la que el Santo Padre concluyó con su itinerario de los 10 Mandamientos.
De este modo, el Papa animó a tener una vida auténtica, “es decir, deseo de amor –aquí nace el deseo del bien, de hacer el bien– deseo de alegría, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí. Es la actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo”.
En su catequesis, el Santo Padre recordó que la gratitud es la “base de la relación de confianza y de obediencia” porque Dios “no pide nada antes de haber dado mucho más. Él –agregó– nos invita a la obediencia para rescatarnos del engaño de las idolatrías que tienen tanto poder sobre nosotros”.
“De hecho, buscar la propia realización en los ídolos de este mundo nos vacía y nos esclaviza, mientras que lo que nos da estatura y consistencia es la relación con Él que, en Cristo, nos hace hijos a partir de su paternidad”, remarcó.
Por este motivo, el Papa explicó la importancia de vivir un proceso de bendición y de liberación, que son el descanso auténtico. “Esta vida liberada se convierte en acogida de nuestra historia personal y nos reconcilia con lo que, desde la infancia hasta el presente, hemos vivido, haciéndonos adultos y capaces de dar el justo peso a las realidades y a las personas de nuestra vida”.
En esta línea, el Santo Padre señaló que es necesario tener un corazón nuevo “inhabitado por el Espíritu Santo” quien es quien “siembra deseos nuevos por la gracia de Dios, en modo particular a través de los Diez Mandamientos cumplidos por Jesús, como Él enseña en el discurso de la montaña”.
Y así, “la vida descrita en el Decálogo es una existencia agradecida, libre, auténtica, bendecida, adulta, custodio y amante de la vida, fiel, generosa y sincera, nosotros, casi sin darnos cuenta, nos encontramos delante a Cristo. El Decálogo –añadió– es su radiografía, lo describe como un negativo fotográfico que deja aparecer su rostro, como en la Sábana Santa”.
En este sentido, el Papa dijo que es posible descubrir mejor qué significa que “el Señor Jesús no ha venido para abolir la ley sino para darle cumplimiento, para hacerla crecer, y mientras la ley según la carne era una serie de prescripciones y de prohibiciones”.
Gracias al Espíritu “esta misma ley se convierte en vida, porque no es más una norma sino la carne misma de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado” y agregó que “en Cristo, y solo en Él, el Decálogo deja de ser condena y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana”.
Por último, el Papa precisó que si los deseos malvados son “los que arruinan al hombre, el Espíritu coloca en nuestro corazón sus santos deseos, que son el germen de nueva vida”. Y afirmó que “la vida nueva de hecho no es el titánico esfuerzo para ser coherentes con la norma, sino que la vida nueva es el Espíritu mismo de Dios que inicia a guiarnos hasta sus frutos, en una feliz sinergia entre nuestra alegría de ser amados y el gozo de amarnos”.
“He aquí qué es el Decálogo para nosotros cristianos: contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Espíritu Santo”, concluyó.
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