“No es una obra de publicidad, hacerle publicidad a una persona muy buena que ha hecho el bien, ha curado a mucha gente y ha enseñado cosas bellas. No, no es publicidad. Tampoco es para hacer proselitismo. Si alguno va a hablar de Jesucristo, a predicar A Jesucristo para hacer proselitismo, recuerdo que esto no es anuncio de Cristo: esto es un trabajo, de predicador, distinto a la lógica del marketing. ¿Qué cosa es el anuncio de Cristo? No es publicidad, ni proselitismo ni marketing: es distinto. ¿Cómo se puede entender esto? Primero que nada por ser enviado”, dijo el Santo Padre.
Anunciar a Cristo es “la única gran Buena Noticia” que sus discípulos deben dar a los demás “poniendo la propia carne sobre el asador”, poniéndose cada uno en juego para dar testimonio de Él.
“Este viaje, que consiste en hacer el anuncio arriesgando la vida, porque pongo en juego mi vida, mi carne. Solo tiene un billete de ida, no de regreso. Regresar es apostasía. El anuncio de Jesucristo se hace con el testimonio. Testimonio quiere decir poner en juego la propia vida y que lo que diga yo lo haga”.
Esto se llama “coherencia entre la palabra y la propia vida: esto se llama testimonio”, precisó el Santo Padre. Hacer lo contrario genera “escándalo” y hace que los cristianos vivamos “como paganos, como no creyentes, como si no tuviéramos fe”.
El que anuncia “lleva la Palabra de Dios” y pone en juego su vida “hasta el final” como Dios mismo que envió a su propio Hijo “para darse a conocer, arriesgando la propia vida”.
“El diablo ha buscado convencerlo para tomar otro camino y Él no ha querido, ha hecho la voluntad del Padre hasta el final. Y su anuncio debe pasar por el mismo camino: el testimonio que para Él ha sido el testimonio del Padre hecho carne. Y nosotros debemos hacernos carne, es decir hacernos testimonio: hacer lo que decimos. Esto es el anuncio de Cristo”, resaltó Francisco.
Los mártires, como San Andrés apóstol a quien la Iglesia recuerda hoy, “son quienes muestran que el anuncio ha sido verdadero. Hombres y mujeres que han dado la vida –los apóstoles han dado la vida– con su sangre: pero también muchos hombres y mujeres escondidos en nuestra sociedad y nuestras familias, que dan testimonio todos los días, en silencio, de Jesucristo, pero con la propia vida, con aquella coherencia de hacer lo que dicen”.
Si por el contrario, concluyó el Santo Padre, los cristianos vivimos “sin coherencia, diciendo una cosa y haciendo una contraria” el resultado será el escándalo y seremos cristianos que “hacen mucho mal al pueblo de Dios”.
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