En su catequesis, el Santo Padre señaló que, para los cristianos, el Decálogo debe ser el “contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Espíritu Santo”.
A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
“En la catequesis de hoy, que concluye el itinerario sobre los Diez Mandamientos, podemos utilizar como tema-clave el de los deseos, que nos permite recorrer el camino hecho y resumir las etapas realizadas leyendo el texto del Decálogo, siempre a la luz de la plena revelación en Cristo”.
“Hemos comenzado por la gratitud como base de la relación de confianza y de obediencia: Dios, hemos visto, no pide nada antes de haber dado mucho más. Él nos invita a la obediencia para rescatarnos del engaño de las idolatrías que tienen tanto poder sobre nosotros”.
“De hecho, buscar la propia realización en los ídolos de este mundo nos vacía y nos esclaviza, mientras que lo que nos da estatura y consistencia es la relación con Él que, en Cristo, nos hace hijos a partir de su paternidad”.
“Esto implica un proceso de bendición y de liberación, que son el descanso auténtico. Como dice el Salmo 62: ‘Solo en Dios descansa mi alma: de Él mi salvación’”.
“Esta vida liberada se convierte en acogida de nuestra historia personal y nos reconcilia con lo que, desde la infancia hasta el presente, hemos vivido, haciéndonos adultos y capaces de dar el justo peso a las realidades y a las personas de nuestra vida. Por este camino entramos en la relación con el prójimo que, a partir del amor que Dios muestra en Jesucristo, es una llamada a la belleza de la fidelidad, de la generosidad y de la autenticidad”.
“Pero para vivir así necesitamos un corazón nuevo, inhabitado por el Espíritu Santo. Yo me pregunto: ¿Cómo ocurre este trasplante de corazón, del corazón viejo al corazón nuevo? A través del regalo de deseos nuevos; que son sembrados en nosotros por la gracia de Dios, en modo particular a través de los Diez Mandamientos cumplidos por Jesús, como Él enseña en el discurso de la montaña”.
“De hecho, en la contemplación de la vida descrita en el Decálogo, esa es una existencia agradecida, libre, auténtica, bendecida, adulta, custodio y amante de la vida, fiel, generosa y sincera, nosotros, casi sin darnos cuenta, nos encontramos delante a Cristo”.
“El Decálogo es su radiografía, lo describe como un negativo fotográfico que deja aparecer su rostro, como en la Sábana Santa. Y así, el Espíritu Santo fecunda nuestro corazón en él colocando los deseos que son su regalo, los deseos del Espíritu. Desear según el Espíritu, desear el ritmo del Espíritu, desear con la música del Espíritu”.
“Mirando a Cristo vemos la belleza, el bien, la verdad. Y el Espíritu genera una vida que, secundando estos deseos, suscita en nosotros la esperanza, la fe y el amor”.
“Así descubrimos mejor qué significa que el Señor Jesús no ha venido para abolir la ley sino para darle cumplimiento, para hacerla crecer, y mientras la ley según la carne era una serie de prescripciones y de prohibiciones, según el Espíritu esta misma ley se convierte en vida, porque no es más una norma sino la carne misma de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado”.
“Y así la negatividad literaria, la negatividad en la expresión de los mandamientos –no robar, no insultar, no matar– aquél no se transforma en una actitud positiva: amar, dar lugar a los otros en mi corazón, todos deseamos que siembren lo positivo. Y esta es la plenitud de la ley que Jesús ha venido a traernos”.
“En Cristo, y solo en Él, el Decálogo deja de ser condena y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana, es decir, deseo de amor –aquí nace el deseo del bien, de hacer el bien– deseo de alegría, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí. De aquellos no se pasa a este sí: la actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo”.
“He aquí para qué sirve buscar a Cristo en el Decálogo: para fecundar nuestro corazón para que esté lleno de amor, y se abra a la obra de Dios. Cuando el hombre sigue el deseo de vivir según Cristo, entonces está abriendo la puerta a la salvación, la cual no puede no llegar, porque Dios Padre es generoso y, como dice el Catecismo, ha sed que nosotros tenemos sed de Él”.
“Si son los deseos malvados los que arruinan al hombre, el Espíritu coloca en nuestro corazón sus santos deseos, que son el germen de nueva vida. La vida nueva de hecho no es el titánico esfuerzo para ser coherentes con la norma, sino que la vida nueva es el Espíritu mismo de Dios que inicia a guiarnos hasta sus frutos, en una feliz sinergia entre nuestra alegría de ser amados y el gozo de amarnos. Se encuentran las dos alegrías: la alegría de Dios por amarnos y nuestro gozo por ser amados”.
“He aquí lo que es el Decálogo para nosotros cristianos: contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Espíritu Santo”.
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