Pbro. Armando González Escoto
Uno de los fenómenos más extraños y preocupantes de nuestro tiempo es el que tantísima gente celebre la Navidad olvidando por completo su origen, y por lo tanto, prescindiendo de Jesús. Por razones de sobra conocidas, la persona de Jesús ha sido cada vez más marginada de la vida real de las sociedades occidentales, su ser, su obra, su mensaje, parecieran asuntos secundarios incluso para los mismos cristianos.
La llegada del Salvador, del Mesías anunciado, era el cumplimiento de las promesas del Padre, y cuantos a lo largo de los siglos han experimentado su acción redentora, saben que “no nos ha sido dado otro nombre bajo el cual podamos salvarnos”. Pero para quienes la experiencia salvífica de Cristo es solamente un tema teológico, no una experiencia genuina, la llegada de Jesús acaba siendo irrelevante.
Cristo se hizo presente por primera vez en lo que hoy es México el 24 de abril de 1519, es decir, hace 500 años. Esa fecha, 24 de abril, debiera ser para los cristianos una fiesta nacional sin comparación con ninguna otra, pues marcaba el inicio de la salvación también para los habitantes de América. En ese día, ni más ni menos Domingo de Pascua de 1519, al celebrarse la primera eucaristía en la tierra firme de Veracruz, daba inicio un proceso evangelizador que mostrará, en la vida y en la obra de los grandes misioneros, una de las páginas más heroicas, nobles y extraordinarias de la historia cristiana universal.
El proceso entonces iniciado, se extenderá paulatinamente al resto del territorio, de la alta California a Centroamérica, en un marco de tiempo que abarca más de trescientos años de esfuerzos, de fatigas, de renuncias y sacrificios con tal de llevar a todos el nombre de Jesús. Es en ese período que se siembra, cultiva y cosecha la cultura católica mexicana, cuyo origen se remonta a esa sencilla misa de Pascua celebrada en condiciones precarias, en medio de un mundo del todo asombroso e inexplorado, ante la mirada de los primeros indígenas que con curiosidad observaban aquellos ritos tan desconocidos y novedosos para ellos. Ese era el momento crucial, justamente el que sucedía de la manera más simple y humilde que se pudiera imaginar para un acontecimiento de tanta magnitud. ¿Pero no fue así que sucedió el nacimiento del Mesías? ¿No fue así, en el silencio absoluto, que tuvo lugar la Resurrección, sin trompetas ni fanfarreas, ni músicas celestiales?
Y sin embargo de todo esto y tanto más, a nadie hoy día parece importarle el quinto centenario de un hecho tan memorable. Hasta donde se ve, Jesucristo llegó solamente a Veracruz, porque es allá donde lo van a celebrar, a las espaldas del resto de un país que, hasta hace no tanto, se consideraba cristiano.
Muy distraída debe andar la comunidad cristiano o lo que de ella quede, como para ignorar esta importantísima efeméride de su historia de fe. Como dice el dicho, cuando el sabio apunta al cielo, el “distraído” mira al dedo.
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