Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
La Arquidiócesis de Guadalajara se dispone a conmemorar, este 15 de enero del año en curso 2019, el medio milenio del natalicio del siervo de Dios Francisco Gómez de Mendiola, tercer obispo de esta sede episcopal, cuya causa de canonización está en curso y fama de santidad viva.
Antecedentes
Francisco Gómez de Mendiola y Solórzano nació, dijimos, un 15 de enero, pero de 1519, en la comarca de Valladolid, España, y morirá, 57 años después, el 23 de abril de 1576, en la ciudad de Zacatecas, mientras practicaba la visita pastoral de esa parroquia de su obispado.
Pastor con olor de oveja
Si alguno de los que ha ceñido la mitra tapatía pudiera ostentar el título que san Pablo adjudica a Cristo bien podría ser el obispo Gómez de Mendiola, el cual, siendo rico, se hizo pobre, para que nosotros, con su pobreza, nos enriqueciéramos.
Además, tiene ante sí la circunstancia singularísima de ser el ‘Vasco de Quiroga’ tapatío, pues al igual que el primer obispo michoacano (que también lo fue de lo que hoy es la diócesis de Guadalajara a partir de 1535, y de cuyo territorio se desmembró esta Iglesia particular en 1548), fue electo obispo siendo laico, oidor de la Real Audiencia, pero célibe y con votos de consagración.
Experiencias episcopales duras
Siendo la diócesis de Guadalajara una de las más antiguas del continente americano, es también de las que tiene más historias por contar. Una de ellas es la de don Francisco Gómez de Mendiola, tan relevante, que sin él no sería posible explicar la cuna y el inicio de la educación media y superior y de la femenina en el Occidente de México.
A él le tocó sortear la caprichosa circunstancia de haber nacido esta diócesis tapatía con el pie izquierdo: el de un pleito sonado y estéril entre su primer obispo, don Pedro Gómez Maraver, con don Vasco de Quiroga, que nunca aceptó como sede episcopal la ciudad de Guadalajara, por la cercanía con los límites de su obispado, que se extendía hasta la ciénaga de Chapala, que es como decir, hasta donde hoy está nuestro aeropuerto, y el del segundo obispo, el franciscano fray Pedro de Ayala (por cierto, nativo de Guadalajara, España), que excomulgó a las supremas autoridades civiles de entonces, los oidores, en tanto ellos lo expulsaban de esta jurisdicción.
En tan compleja coyuntura, luego de la muerte del religioso, el rey Felipe II le presentó al Papa Gregorio XIII, a un laico, letrado y célibe, con muy buena fama, que además era letrado y presidía la Real Audiencia de la Nueva Galicia.
Un relato antiquísimo refiere que encontrándose en el desempeño de su oficio, y estando a punto de firmar una sentencia de muerte, don Francisco sintió un impulso a no hacerlo y esta moción que hizo pública: “No puedo firmar este decreto. El Santo Padre me acaba de elegir obispo de la Nueva Galicia”.
Testimonio ejemplar
Cierto o no el episodio apenas narrado, cuando sí tuvo certeza de su nombramiento y lo aceptó, lo primero que hizo fue donar su casa habitación (toda la manzana de lo que es hoy el Mercado Corona de Guadalajara) para la primera escuela femenina de todo este rumbo, el colegio de Santa Calina de Siena, que años más tarde, se denominará de San Juan de la Penitencia. También, será él quien solicite y obtenga que los religiosos de la recién creada Compañía de Jesús misionen en estas partes.
Si gestión episcopal fue breve pero hondo su testimonio de pobreza, caridad y misericordia, al grado que muchos años después de su muerte, su cadáver fue descubierto incorrupto y en 1715 se inició su causa de canonización, que sigue vigente y sus reliquias insepultas, depositadas en un féretro expuesto en las criptas catedralicias hasta el día de hoy.
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