En esta ocasión, el Santo Padre dirigió su mensaje de Navidad desde el aula de las bendiciones, y no desde el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, debido a las restricciones sanitarias provocadas por el COVID-19.
“Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad”, invitó el Papa.
En esta línea, el Santo Padre destacó que “Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y san José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar” y añadió: “mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa”.
Además, el Papa advirtió que en Navidad “ha nacido un niño” y agregó que “el nacimiento es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, ‘ha nacido para nosotros’: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones”.
“El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el ‘hijo’ que Dios ha dado a toda la familia humana. Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo ‘Padre’, ‘Papá’. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre celestial. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias. Sin embargo, todos hermanos y hermanas”, afirmó.
En este sentido, el Pontífice dijo que “en este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos... No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí, pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones. Hermanos todos”.
Por ello, el Santo Padre señaló que “en este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos”.
Vacunas para todosAsimismo, el Papa recordó que “en la Navidad celebramos la luz del Cristo que viene en el mundo, y Él viene para todos, no solamente para algunos” y dijo que “hoy en este tiempo de obscuridad y de incertidumbre por la pandemia aparecen diversas luces de esperanza como el descubrimiento de las vacunas”.
Sin embargo, el Santo Padre reconoció que “para que estas luces puedan iluminar y llevar esperanza a todo el mundo deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos dejar tampoco que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo colocarme a mi mismo antes que los otros, colocando en las leyes del mercado y de las patentes de invenciones encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad”.
“Pido a todos los responsables de los Estados, empresas, organismos internacionales promover la colaboración y no la competición y de buscar una solución para todos, vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta. Al primer lugar los más vulnerables y necesitados”, indicó.
De este modo, el Papa Francisco rezó para que el Niño de Belén nos ayude “a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y todos aquellos que en este momento se encuentran sin trabajo o en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia doméstica”.
Chile y VenezuelaLuego, como es tradición, el Santo Padre recordó diversas regiones del mundo, entre ellas, rezó para “que la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico” y mencionó en particular “las recientes tensiones sociales en Chile” y “el sufrimiento del pueblo venezolano”.
“Que el Hijo de Dios inspire a quienes tienen responsabilidades políticas y de gobierno a renovar la cooperación internacional, empezando por el sector sanitario, para que todos tengan garantizado el acceso a las vacunas y a los tratamientos. Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada persona veo reflejado el rostro de Dios y, en los que sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado”, rezó el Papa.
Finalmente, el Santo Padre rezó por los niños “que, en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra” y añadió que “sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz”.
Por ello, rezó para que “este sea el momento propicio para disolver las tensiones en todo Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental” para que “el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia” así como también por el pueblo iraquí, por Libia y por Líbano “para que, en las dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no pierda la esperanza”.
“Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través del diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad”, añadió.
Finalmente, el Pontífice rezó por Ucrania; por África, en concreto por las poblaciones de Burkina Faso, Malí, Níger, Etiopía, Mozambique, Sudán del Sur, Nigeria y Camerún; y por Asia, especialmente por Filipinas y Vietnam “donde numerosas tormentas han causado inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y repercusiones para las economías locales”.
Tras finalizar el mensaje, el Papa presidió el rezo del Ángelus e impartió la Bendición Urbi et Orbi, que otorga la indulgencia plenaria a todos los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y a todos aquellos que siguieron la Bendición a través de los medios de comunicación siempre que se cumplan las condiciones establecidas por la Iglesia.
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