Era una tarde soleada hace unos 30 años en un pueblo cercano a la huerta de mi padre, yo lo acompañaba en su búsqueda de trabajadores para la cosecha. Nunca olvidaré la respuesta de un grupo de jóvenes que disfrutaban de la resolana: ¡Que trabajen los motores!
Entonces mi papá me explicó: el narcotráfico le da a ganar dólares fáciles a estos jóvenes, y eso destruye no solo su amor por el trabajo, sino su moral y finalmente su vida, trabajan poco, ganan mucho, pero el dinero fácil, así como llega se va, se destruyen familias por excesos, violencia e infidelidades, y finalmente la sociedad en general se ve afectada por los problemas que se derivan de dichos rompimientos e inestabilidad.
Recientemente un sacerdote jesuita colombiano me comentaba lo que ha sucedido en su país, después de que han disminuido sensiblemente los asesinatos y secuestros, que caracterizaron una trágica época del dominio de los capos del narcotráfico sobre la sociedad y gobierno colombianos. Lo que queda es una sociedad corrompida por la droga y el dinero, a la que es muy difícil reconstruir sus valores de trabajo, responsabilidad y solidaridad.
Qué bueno que las autoridades finalmente detuvieron al Chapo Guzmán, visible jefe de una de las organizaciones más poderosas, criminales, salvajes e impunes del crimen organizado en México. Ojalá que no se quede en un golpe mediático de indudables y valiosos efectos propagandísticos, no sólo políticos, sino también en la lucha contra la impunidad.
Hace un año, también se detuvo a una líder magisterial que se había convertido en paradigma de la corrupción política, y sin embargo, no se ha acusado o detenido a nadie de su entorno sindical, quienes necesariamente deberían ser asociados en las actividades de manejo de dinero que se le imputan. Pareciera que el énfasis es en la negociación y captura política, más que en un combate a la impunidad.
Los efectos que el narcotráfico provoca en la sociedad, asociados con la destrucción del tejido social y la corrupción de políticos y estructuras judiciales, independientemente de los efectos nocivos en la salud y dependencia de los adictos, en la violencia, muerte e injusticias asociados a su cultivo y distribución, son enormes, y quizá no los visualizamos completamente cuando pensamos que solo con detener capos tenemos la solución.
Cuando se aborda el tema del narcotráfico, pocas veces se plantea la necesidad de fortalecer la convivencia y educación familiar, de reconocer y vivir respetando la dignidad de cada persona, lo que nos lleva a evitar matarlas, violentarlas, extorsionarlas, usarlas, manipularlas o verlas como mercancía, con tal de obtener dinero.
Hace 30 años que tuve la charla con mi padre, y en ese tiempo he visto morir o encarcelar a muchísimos líderes del narcotráfico, cual más de sanguinarios, poderosos, corruptores e impunes por lo menos durante una temporada, y en ese mismo tiempo, no veo los esfuerzos sistemáticos en gobierno, educación o en medios de comunicación, para fortalecer la familia, los valores y el tejido social, que ayuden efectivamente a luchar contra el cáncer del narcotráfico y sus efectos en la comunidad.
Ojalá que la captura del Chapo Guzmán, abra oportunidades para que algunos políticos y líderes de la sociedad se planteen, además de una lucha real contra la impunidad de los delincuentes y sus redes de soporte político y judicial, un debate que permita trabajar en la reconstrucción de la sociedad y la promoción de valores en las nuevas generaciones.
Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
@OFIbanez
Casado, padre de 3 hijos, profesor e investigador universitario, y bloguero. Ingeniero Civil, Maestro en Ingeniería Ambiental y Doctor en política y políticas ambientales.
Mexicano, católico, autor entre otros textos de “El Espíritu Santo en tiempos de Twitter: Documentos del Concilio Vaticano II para tuiteros. Celebrando el #AñoDeLaFe”
Admirador de la Creación en todas sus dimensiones. Nací en La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte (Hoy, Ciudad Juárez, Chihuahua).

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