2 de marzo 2014
Domingo 8º Tiempo Ordinario (A)
Mt 6, 24-34: Homilía de san Agustín (S. 171, 1-2)
«El Apóstol nos manda alegrarnos, pero no en el mundo sino en el Señor (Fil 4, 4). Pues, como dice la Escritura, aquel que quiera ser amigo de este mundo será considerado como enemigo de Dios (Sant 4, 4). Así como un hombre no puede servir a dos señores (Mt 6, 24), así nadie puede alegrarse en Dios y en el mundo. Hay mucha diferencia entre estos dos tipos de gozo, que incluso son totalmente contrarios. Cuando uno se alegra en el mundo, no se alegra en el Señor, y cuando se alegra en el Señor, no se alegra en el mundo. Venza el gozo en el Señor, hasta que desaparezca el gozo en el mundo, mientras que vaya disminuyendo sin tregua el gozo en el mundo, hasta que desaparezca.
No decimos esto porque no debamos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino para que nos alegremos ya en el Señor, hallándonos en este mundo. Pero dirá alguno: «Me hallo en el mundo; por tanto, si me alegro, me alegro donde estoy». ¿Qué sucede? ¿Será que por estar en el mundo no está en Dios? Escucha al mismo Apóstol dirigiéndose a los atenienses y hablando de Dios y del Señor, creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos (Hech 17, 28). Quien está en todas partes, ¿dónde no está? ¿No es a esto a lo que nos exhortaba? El Señor está cerca, no os preocupéis por nada (Fil 4, 5-6). Es admirable que haya ascendido a los cielos y que esté cercano a los que están en la tierra. ¿Quién es éste, a la vez lejano y próximo, sino quien por misericordia se ha hecho cercano a nosotros?
Todo el género humano estaba representado en aquel hombre que yacía en el camino, abandonado medio muerto por los ladrones, a quién despreciaron el sacerdote y el levita, mientras que un samaritano que pasaba por el lugar se acercó para curarlo y socorrerlo… Jesucristo, el Señor, quiso estar representado en aquel samaritano».
(Trad. de Javier Ruiz, oar)
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