El legalismo no salva

Cardenal José Francisco Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara


Hermanos, hermanas:


Esta vez quiero recordarles la ocasión en la que el Evangelista San Mateo contrapone la Persona de Jesús con la Ley, el Evangelio con las normas de la tradición judía. Y no es que Jesucristo Nuestro Señor despreciase o desconociese esa Ley, pues Él mismo dice: “Yo no he venido a abolir la Ley y los Profetas; Yo he venido para que la Ley alcance su plenitud”. Con esto, Jesucristo nos está señalando que el mero cumplimiento de las leyes, de las normas, no nos asegura la Salvación, sino lo que nos asegura ser salvados es la aceptación interior, profunda, convencida, de lo que nos pide la Ley. Y lo afirma con palabras duras y críticas respecto a los escribas y fariseos, al decir a sus discípulos: “Yo les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no podrán entrar en el Reino de los Cielos”.

Con esto, el Salvador está indicando claramente que la justicia reclamada por los escribas y fariseos no salva, porque es legalista, basada en el cumplimiento preciso, puntual, material de la Ley; es una justicia imperfecta y pobre.

Si analizamos esto, veremos que el Mesías propone, a lo largo de su Evangelio, expresiones que señalan la forma concreta y fácil de entender lo que quiere decir el que la ley alcance su perfección. Advierte, por ejemplo: “Han oído que se dijo no matarás, pero no basta no matar al hermano, sino que lo máximo es no te enojes con tu hermano; si lo dejas solo, si lo ofendes, si lo criticas, si le levantas falsos, si lo calumnias, estás matando poco a poco a tu hermano; le estás infringiendo la muerte a tu hermano, y entonces no basta con decir yo no mato”.

O bien: “No basta lavarse las manos hasta los codos para estar limpios; hace falta buscar una purificación interior, estar limpios en la conciencia y estar limpios delante de Dios”. O cuando aduce: “No basta que digas que no cometerás adulterio. Hace falta evitar el deseo de una mujer casada; eso es llevar a plenitud la Ley. Tampoco basta decir: ¡Señor, Señor!, para salvarse, sino que se requiere cumplir siempre su voluntad. Ni que cuando te dirijas a Dios lo llenes de palabrerías, de rezos y de oraciones; hace falta que creas en su Amor, en su Misericordia, en su Paternidad”.

Y así, Jesús va cuestionando el cumplimiento basado solamente en el cumplimiento de la Ley y buscando que quienes le escuchan se interioricen, conozcan a profundidad lo que Dios ha pedido en sus Mandamientos, y lo lleven hasta sus últimas consecuencias.

Todo esto tiene una aplicación práctica en nuestras vidas de hoy en día, pues muchos tendemos a conformarnos con el cumplimiento estricto de algunos preceptos, como por ejemplo no faltar a Misa los domingos, pero no revisamos la calidad de nuestra participación en el Santo Sacrificio, la manera como escuchamos la Palabra, la forma como interiorizamos la oración, el fervor con que recibimos el Cuerpo de Cristo en la Comunión, cómo nos relacionamos íntimamente con Él, y cómo nos comprometemos a ser mejores cuando recibimos este Sacramento.

Existe, pues, el riesgo de afirmar que basta con asistir a Misa, cumplir exteriormente con el precepto, aunque no cambie nada en nuestro interior. O también creer que es suficiente con pagar el diezmo, con dar una limosna, aunque no tenga un reclamo de nuestra caridad y de nuestra sensibilidad ante las necesidades de los demás. Corremos, por tanto, el riesgo, hermanas y hermanos, de vivir también nosotros con ese espíritu farisaico, cumpliendo cabalmente preceptos, normas, fórmulas y tradiciones, pero todo ello vacío de significado y de compromiso en el seguimiento de Cristo como verdaderos discípulos de Él.

Les exhorto a que revisemos nuestra vida en el cumplimiento de la Ley a plenitud, tal como lo quiere Jesucristo; en eso está nuestra salvación y la vida eterna. De lo contrario, encontraremos la muerte. Y aunque Dios no nos impone su Voluntad, sino que respeta la libertad que nos concedió al darnos la existencia, Él de ninguna manera avala las actitudes perversas y corruptas del ser humano, que conducen a la muerte propia y de los demás.

Así pues, en el optar por la perfección, por la plenitud de la Ley en el sentido como lo manda Nuestro Señor Jesucristo, está la verdadera vida cristiana, esa vida de paz, de armonía, de justicia, a la que todos aspiramos. En llevar a plenitud la Ley, en eso está la vida; en cumplir sólo externa y materialmente la Ley, está la muerte.

Elijamos, y que sea el Señor quien nos ilumine para ser auténticos discípulos y discípulas de Él.


Yo los bendigo en el nombre del Padre,

y del Hijo, y del Espíritu Santo.


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