San Atanasio



San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia, es el gran campeón de la ortodoxia, que luchó bravamente contra todos los errores de su tiempo.


San Atanasio nació en Alejandría en el año 295, en un ambiente en que convergían las antiguas genealogías paganas de Egipto con las nuevas importadas de Grecia y Roma.


Estudió derecho y teología, y posteriormente se retiró al desierto durante un tiempo. Al regresar a la ciudad, estaba decidido a servir incondicionalmente a Dios. Fue entonces cuando apareció la herejía de Arrio, clérigo de Alejandría, que negaba la divinidad de Jesucristo. Atanasio, bien formado en la escuela alejandrina, se levanta con fuerza contra Arrio para defender la verdadera fe. Así, se convoca, en el año 325, el primer ecuménico del concilio de Nicea, en el que Atanasio participará como acompañante de San Alejandro, obispo de Alejandría. En este ecuménico Atanasio brilló a gran altura, sostuvo con gran valor la doctrina católica y la divinidad de Jesucristo fue definida como dogma. Además, Arrio fue excomulgado y su doctrina, condenada.


Pocos meses después de este concilio, murió san Alejandro y Atanasio se convertiría en patriarca de Alejandría. Pero desde ese momento su vida se complicó: los arrianos no dejaron de perseguirlo hasta que lo desterraron de la ciudad e incluso de Oriente. La autoridad civil le ordenó que recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia, aunque este se mantenía en la herejía, y Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, se negó. Por ello, en el año 336, el emperador Constantino lo desterró a Tréveris. Tras dos años en dicha ciudad, Atanasio regresó a Alejandría, pues había muerto Constantino, y el júbilo de la población fue grande. Inmediatamente, retomó con energía la lucha contra los arrianos, cuya herejía continuaba a pesar de las enseñanzas del concilio de Nicea, y por segunda vez sufrió un destierro que lo condujo a Roma. Tras ocho años, regresó de nuevo a su tierra pero los adversarios enviaron un batallón para prenderlo, y, aunque logró escaparse de ellos, tuvo que refugiarse durante seis años en el desierto de Egipto. Allí, los anacoretas le dieron asilo y pudo escribir numerosas obras, como tratados o la primera hagiografía que se conoce, de la vida de San Antonio. Aunque logró reintegrarse en su sede episcopal, tuvo que huir de nuevo cuatro meses después, y en el 362 huyó por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede hasta el día de su muerte: el 2 de mayo del año 373. Su grandeza lo coloca en uno de los caracteres más admirables que ha producido el género humano. Fue proclamado doctor de la Iglesia por el papa Pío V, en el año 1568.




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