La fiesta de San José obrero es una buena ocasión para pensar en una obligación que todos compartimos: la de continuar con la obra de la creación y realizarla bien. Después de cada día de la creación, Dios contemplaba lo que había creado y veía que era muy bueno, hermoso, pero el séptimo día descansó y encomendó al hombre la tarea (“Y descansó el Señor el día séptimo y el hombre continúa su tarea”). Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y lo llamó a continuar la creación, y, como bien dice el concilio Vaticano II, “el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que más bien les impone esta colaboración como un deber”. Y es que dijo Dios a los primeros padres: “Someted la tierra y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados, y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”, y así, nos entregó todo para nuestro alimento y servicio, haciéndonos tomar dominio sobre todas las criaturas.
De este modo, Dios pide al hombre colaboración en la creación. El hombre debe dominar las criaturas y no ser dominado por ellas. Siempre que el hombre se somete a la cosas y se hace esclavo de ellas, ya no es el rey de la creación, apartándose del plan de Dios. Pero también se aleja del plan de Dios cuando somete a otro hombre.
El 1 de mayo del año 1955, Pío XII instituyó la fiesta de san José Obrero. Una fiesta que, hasta ese año, era instrumento del proletariado para, movido por el odio, reivindicar. Dicha fiesta tomó cuerpo justo después de la industrialización: las grandes masas obreras habían salido perjudicadas con el cambio y aparecen grandes grupos de proletarios que se ven influenciados por la propaganda social-comunista de la lucha de clases. Entonces, la fiesta del trabajador se basaba en el odio, también odio hacia la religión.
Pero la fiesta que instauró Pío XII era muy distinta: su punto de partida es el amor de Dios, del que se pasa a la relación con el prójimo basada, de igual manera, en el amor: desde el trabajador al empresario y del trabajo al capital, teniendo en cuenta la dignidad del trabajo, como don de Dios, y del trabajador, como imagen de Dios.
Y tuvo que ser José, esposo de María y padre en funciones de Jesús, trabajador que no lo tuvo nada fácil, el titular de la nueva fiesta cristiana.
Él, a pesar de la nobilísima misión que recibió de Dios para llevar a cabo la salvación de todo hombre, es uno más del pueblo: un trabajador nato que supo de carencias y estrecheces en su familia y las llevó con dignidad, que sufrió emigración forzada, que conoció el cansancio del cuerpo por esfuerzo, que sacó adelante su responsabilidad familiar… En definitiva, que vivió como cualquier trabajador y tuvo las mismas dificultades laborales, siendo conocido como José “el artesano”.
Celebremos San José Obrero santificando el trabajo diario con el que nos ganamos el pan y descansando, disfrutando con los demás y compartiendo lo nuestro.
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