Lupita:
He comprendido demasiado tarde el poder destructivo del alcohol. Tuve muchos problemas por mi forma de beber y hoy he perdido a mi familia. Vivo en sobriedad y estoy tratando de reconstruirme como ser humano. Mi situación actual es que mis hijos están bebiendo sin control; me veo en ellos y trato de advertirles, pero me ignoran. No sé cómo ayudarles, pues ellos dicen que no son alcohólicos y que saben parar cuando ellos quieran… Exactamente como yo decía.
Guillermo F.
Hermano mío, Guillermo:
Es muy común ver familias rotas por el alcoholismo. Algunos consideran que es normal un ambiente así, mas se equivocan.
Unámonos en acción y oración por todos esos hogares que sufren los estragos del consumo inmoderado del alcohol. La cultura de la muerte nos lleva a elegir acciones autodestructivas bajo el poderoso engaño de la frase que nos dicta: si yo la paso bien, a nadie le hago daño.
Nuestro ambiente está impregnado de este llamado a la comodidad, y es preciso poner de moda el heroísmo y la virtud. Necesitamos enseñar a nuestros hijos que sólo el esfuerzo tiene corona de éxito.
Cuánto bien nos haría volver a predicar la enseñanza cristiana acerca de los 7 pecados capitales y la forma de vencerlos. Uno de ellos es la gula, que se define como un exceso en la comida o en la bebida. El alcoholismo es una manifestación de este desorden, y su antídoto se llama templanza. El Catecismo de la Iglesia Católica anota que “la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos” y mantiene los deseos en los límites de la honestidad.
Pero estos términos no forman ni siquiera parte de nuestro lenguaje. Somos instruidos por los contenidos televisivos, que en su gran mayoría son vulgares y vacíos, buscan entretener y vender. La templanza se aprende en casa, al ver el ejemplo de nuestros padres. Para acabar con la gula, debemos practicar la templanza.
Un ambiente de alcoholismo genera alcohólicos. Y cada alcohólico tiene una vida marcada por el dolor y, numerosas veces, por la tragedia. ¡No vale la pena!
Sabemos que las adicciones, generalmente, son escapes a heridas emocionales, pero también sabemos que tales adicciones nada solucionan, sino que, por el contrario, agravan los problemas.
La única forma de combatir el Mal es en abundancia de Bien.
Sigue en este camino de crecimiento personal. No dejes de estudiar a profundidad el tema del alcoholismo y empieza a advertir sobre sus dañinos efectos. Tus palabras serán poderosas, ya que tendrán la fuerza de tu testimonio. Sin desesperarte, acompaña a tus hijos en su propio proceso de sanación. Ellos deben saber que los amas. Convive más con ellos; enséñales que beber para acompañar los alimentos, para festejar y reunirse en armonía es un placer lícito que Dios provee; sin embargo, beber inmoderadamente puede destrozar cuerpos y almas. Confíales tu propia experiencia.
Puedes decir al que te escucha: Que el alcohol no saque lo más bajo que hay en ti; que no destruya tus relaciones más significativas… Perder a un hijo, a una esposa, a una familia por actuar bajo los efectos del alcohol, es un dolor incomparable. ¡Detente ya!
Tú eres soldado de Cristo y tienes la misión de construir, junto con otros, la cultura de la vida.
Lupita Venegas Leiva/Psicóloga
Facebook: lupitavenegasoficial
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