La Cuaresma “es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida”, “no es el tiempo de rasgarse las vestiduras ante el mal que nos rodea, sino más bien de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza”. También este año, la “Estación” cuaresmal de Santa Sabina fue, como es tradicional, el lugar donde los papas celebran el rito de la imposición de las Cenizas, recordando que el hombre es barro. Pero, dijo hoy Francisco, “barro en las manos amorosas de Dios que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros”.
La tarde, como es habitual, se inició en la iglesia de San Anselmo, donde hubo un momento de oración, y de donde partió, poco después, la procesión penitencial, para dirigirse a la no muy distante y antiquísima basílica de Santa Sabina, donde el Papa celebró la misa, durante la cual se llevó a cabo el rito de las Cenizas. Francisco recibió la imposición del cardenal Jozef Tomko (en la foto), rector de la basílica.
La Cuaresma, fueron las palabras de Francisco, es un “tiempo de gracia” que recuerda “el aliento” creador, un tiempo para liberarnos de la asfixia del egoísmo, para decir no a la polución causada por la indiferencia, a la hipocresía que tranquiliza la conciencia, para preguntarnos “¿qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas?”
“La Cuaresma –dijo el Papa- es un camino: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que busca aplastarnos o rebajarnos a cualquier cosa que no sea digna de un hijo de Dios. La Cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las cenizas, con el que nos ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro. Sí, pero barro en las manos amorosas de Dios que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y lo quiere seguir haciendo; quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de aliento: la asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón. El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que apaga nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos en el fango de nuestra historia”.
“El aliento de la vida de Dios nos libera de esa asfixia de la que muchas veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado a «normalizar», aunque sus signos se hacen sentir; y nos parece «normal» porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y aversión.”.
“Cuaresma es el tiempo para decir «no». No, a la asfixia del espíritu por la polución que provoca la indiferencia, la negligencia de pensar que la vida del otro no me pertenece por lo que intento banalizar la vida, especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta superficialidad. La Cuaresma quiere decir «no» a la polución tóxica de las palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos, especialmente los problemas de quienes más sufren. La Cuaresma es el tiempo de decir «no»; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido. Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo presentes en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que reducen la fe a culturas de gueto y exclusión.”.
“La Cuaresma es un tiempo de memoria, es el tiempo de pensar y preguntarnos: ¿Qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas? ¿Qué sería de nosotros sin su misericordia que no se ha cansado de perdonarnos y nos dio siempre una oportunidad para volver a empezar? Cuaresma es el tiempo de preguntarnos: ¿Dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?”.
“Cuaresma es el tiempo para volver a respirar, es el tiempo para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad. No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza. Cuaresma es el tiempo de la compasión para decir con el salmista: «Devuélvenos Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con espíritu generoso para que con nuestra vida proclamemos tu alabanza» (cfr. Sal 51, 14); y que nuestro barro —por la fuerza de tu aliento de vida— se convierta en «barro enamorado»”.
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