Como al Profeta Moisés, así Dios condujo a San Patricio a un Desierto.
Ahí le reveló su grandeza y sus proyectos. Patricio nació en Britania, hacia el año 390. Su padre fue Diácono, y su abuelo, Sacerdote. Piratas celtas que saqueaban las villas romanas, secuestraron a Patricio a los 16 años para venderlo en Irlanda como esclavo, pastor de ovejas. Ése fue su desierto, del que salió luego de seis años para volver a casa, donde se preparó para ser Sacerdote. Por su vivencia, fue nombrado Obispo de los cristianos de Irlanda, y su principal apostolado lo desempeñó en la conversión de los paganos. Murió hacia el año 460, el 17 de marzo.
No debía callar
Patricio dejó dos escritos. Uno de ellos, la “Confesión”, en el que narra los años de su vida: “El Señor abrió el sentido a mi corazón de incredulidad, para que, aunque tarde, me acordara de mis pecados y me convirtiera con todo mi corazón al Señor mi Dios, quien miró mi humildad y se apiadó de mi adolescencia y mi ignorancia, y me custodió antes que lo conociera y antes que supiera o distinguiera entre el Bien y el Mal, y me fortificó y me consoló como un padre a su hijo”, y en el que explica la razón de su testimonio: “Por eso no puedo callar; porque ésta es nuestra retribución: después de nuestra corrección y reconocimiento de Dios, exaltar y confesar sus maravillas”.
Refiere cómo era él: “Como una piedra que yace en profundo lodo; y vino quien es poderoso, y en su misericordia me tomó, y verdaderamente me levantó y me puso en lo alto de un muro. En otro tiempo, en mi juventud, nunca esperé ni pensé algo así”.
Con verdad y alegría
En su “Confesión”, el Santo Patrono de Irlanda reconoce una sabiduría que no le es propia, sino que le viene de lo alto: “¿De dónde a mí esta sabiduría, que no estaba en mí, quien ni el número de los días sabía ni conocía a Dios? Expresa la razón de su ministerio: “Vine a los gentiles irlandeses a predicar el Evangelio y a sufrir los insultos de los incrédulos para oír el oprobio de mi peregrinación; y a sufrir muchas persecuciones, hasta las cadenas, y a dar mi libertad para utilidad de otros”. Y exhorta a actuar de igual manera: “¡Ojalá también ustedes imitaran cosas más grandes e hicieran cosas mejores!”
Luego, reflexiona cómo ha de corresponder al Señor: “Pero, ¿de dónde le retribuiré por todas las cosas que me concedió?” Y hace saber por medio de su escrito: “He aquí que una y otra vez expondré las palabras de mi confesión. Testifico, en la verdad y en la alegría de mi corazón, delante de Dios y de sus Santos Ángeles, que nunca tuve ningún otro motivo, fuera del Evangelio y sus promesas”.
La confesión propia
Finalmente, cierra su “Confesión” con un humilde ruego que dirige a sus lectores: “Quienquiera se haya dignado observar o recibir este escrito que Patricio, pecador indocto, sin duda, escribió en Irlanda, si algo pequeño hice o demostré según el agrado de Dios, que nadie vaya a decir que mi ignorancia lo hizo. Piensen, más bien, y crean con toda verdad que esto fue don de Dios. Y ésta es mi confesión, antes de que yo muera”.
Leer la “Confesión” de San Patricio invita y mueve a escribir una confesión de la vida propia, una confesión en la que, Dios quiera, podamos dejar testimonio de que no hemos sido más que siervos inútiles que, luego de pasar por uno de sus desiertos, hemos permitido que el Señor trazara nuestro destino.
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