Durante el rezo del Ángelus celebrado en la Plaza de San Pedro del Vaticano este domingo 2 de septiembre, el Santo Padre recordó el enfrentamiento de Jesús con escribas y fariseos: “Un hombre o una mujer que vive en la vanidad, en la avaricia o en la soberbia y al mismo tiempo se hace ver como religioso, e incluso llega a condenar a los demás, es un hipócrita”.
En sus palabras, explicó que el Evangelio del día, de San Marcos, contiene un tema importante para la vida espiritual de los creyentes: “la autenticidad de nuestra obediencia a la Palabra de Dios contra toda contaminación mundana o formalismo legalista”.
“La narración comienza con la objeción que los escribas y fariseos dirigen a Jesús, acusando a sus discípulos de no seguir los preceptos rituales según las tradiciones. De esta manera, los interlocutores pretendían golpear la fiabilidad y la autoridad de Jesús como Maestro”, señaló el Papa ante los 25.000 fieles congregados en la Plaza.
Sin embargo, en el Evangelio se muestra cómo Jesús replica a escribas y fariseos con estas palabras: “Bien ha dicho el profeta Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto enseñando doctrinas que son preceptos humanos’”. “¡Palabras claras y fuertes!”, exclamó Francisco.
El Papa explicó que “‘hipócrita’ es uno de los adjetivos más fuertes que Jesús emplea en el Evangelio, y lo utiliza dirigiéndolo a los maestros de la religión: escribas y fariseos”.
“Jesús quiere sacudir a los escribas y fariseos del error en el que habían caído, es decir, el de manipular la voluntad de Dios descuidando sus mandamientos para observar las tradiciones humanas. La reacción de Jesús es severa porque es mucho lo que está en juego: se trata de la verdad de la relación entre el hombre y Dios, de la autenticidad de la vida religiosa”.
“El hipócrita es un mentiroso, no es auténtico”, aseguró.
En este sentido, “también hoy el Señor nos invita a escapar de este peligro de dar más importancia a la forma que a la sustancia. Nos llama a reconocer, siempre de nuevo, aquello que es el verdadero centro de la experiencia de fe, es decir, el amor de Dios y el amor al prójimo, purificándolo del legalismo y del ritualismo”.
“El mensaje del Evangelio de hoy queda reforzado también por la voz del Apóstol Santiago, que nos dice en síntesis cómo debe ser la verdadera religión: ‘visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo’”.
Explicó que “visitar a los huérfanos y a las viudas significa practicar la caridad con el prójimo a partir de las personas más necesitadas, más frágiles, más marginadas. Son las personas de las cuales se preocupa Dios de forma especial, y nos pide a nosotros que hagamos lo mismo”.
“No dejarse contaminar por este mundo no significa aislarse y cerrarse a la realidad –subrayó–. También en este caso no debe ser una actitud exterior, sino interior, de sustancia: significa vigilar para que nuestro modo de pensar y de actuar no se incline hacia la mentalidad mundana, es decir, hacia la vanidad, hacia la avaricia, hacia la soberbia”.
Finalmente propuso hacer “un examen de conciencia para ver cómo acogemos la Palabra de Dios. En el domingo la escuchamos en la Misa. Si la escuchamos de forma distraída y superficial, no nos servirá de mucho”.
“Debemos, por el contrario, acoger la Palabra con mente y corazón abiertos, como un terreno bueno, de modo que se asimile y dé frutos en la vida concreta. Así la Palabra misma nos purifica el corazón y las acciones y nuestra relación con Dios y con los demás quedará liberado de la hipocresía”, concluyó.
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