Ciprés de Catedral, arte religioso que conecta con Dios

Redacción ArquiMedios

Catedral

La mañana del 9 de noviembre del año en curso 2018, en una ceremonia que encabezó el arzobispo de Guadalajara, Cardenal José Francisco Robles Ortega, y a la que asistieron y tomaron parte el coordinador Nacional de Centros INAH, José María Muñoz Bonilla, y el director del Museo de Arte Sacro, presbítero, ingeniero y arquitecto Eduardo Gómez Becerra, tuvo lugar, en ese sitio, la presentación pública del antiguo y ahora recién restaurado altar mayor marmóreo catedralicio, desmontado en 1992 y cuyas piezas permanecieron, hasta hace poco menos de seis años, en el bautisterio del Sagrario Metropolitano tapatío. En su participación, el director del Museo expuso las razones aducidas en su tiempo para hacerlo y las que se usaron ahora para armarlo de nuevo en ese lugar.

Antecedentes históricos
El primer Arzobispo de Guadalajara don Pedro Espinoza, con el propósito de dignificar el altar mayor de la Catedral, cuya ornamentación de plata fue arrancada por los combatientes de las luchas políticas de la segunda mitad del siglo XIX, propuso a su Cabildo eclesiástico, en 1864, reemplazarlo con otro de mármol acorde a la dignidad metropolitana a la que apenas había sido elevada la sede catedralicia tapatía.
El Cabildo Eclesiástico comisionó al canónigo Francisco Arias y Cárdenas, coordinador de los distintos trabajos de mejoras y remodelación que se realizaban en la Catedral en ese tiempo, que se encargara del proyecto. Él recurrió a los agentes en Paris de la Casa G. O´Brien para cumplir con ese fin, enviándoles, como se lo pidieron, pormenores para la fabricación de la obra: el diseño del altar que sería reemplazado, planos del lugar donde se instalaría, dimensiones, ubicación y vistas fotográficas del interior de la Catedral.
La firma optó por mandarlo fabricar en Génova, apelando a la calidad de sus artistas y talleres, la abundancia y variedad de la materia prima elegida y ser un puerto desde el cual podían desplazarse las piezas ya terminado el trabajo.
Para la confección de la obra se invitó a cuatro expertos de amplio gusto y nombradía; David Gandini, de Génova; Antonio Cipolla, de Bolonia y José Palombini, de Roma.  Hubo otro que no presentó a tiempo diseño alguno. De las tres opciones, el Arzobispo y el Cabildo tapatío se inclinaron, en julio de 1866, por la de Gandini.
El fruto final se embaló en 153 cajas con los mármoles y bronces, comisionándose un especialista, Juan Durini, para que lo instalara en su destino. Él cuidó del embarco en el bergantín prusiano ‘Sara’, que arribó al puerto de Veracruz el 30 de abril de 1869, de donde se trasladó y armó en su destino último, pudiendo presentarlo de forma pública, la mañana del 24 de diciembre de dicho año, el ya entonces arzobispo de Guadalajara, don Pedro Loza y Pardavé.

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Hacia el desmantelamiento del altar
Cien años después, al calor de la reforma litúrgica de la Iglesia alentada por el Concilio Ecuménico Vaticano II a través de la Constitución Apostólica Sacrosantum Concilium, la cual dispuso nuevos criterios para diseñar, remodelar y adecuar el espacio celebrativo de los templos.
Apenas concluido el Concilio, inició su ministerio episcopal en Guadalajara don José Salazar López (marzo de 1970), quien invitó al arquitecto tapatío fray Gabriel Chávez de la Mora, O.S.B., a valorar el estado en el que se encontraba el espacio celebrativo de la Catedral Metropolitana
En ese contexto se propuso la adaptación o el desmantelamiento del altar mayor, apodado, por la elevación del templete que hacía las veces de manifestador eucarístico, ciprés. De sus gestiones derivó la propuesta de reemplazar el altar marmóreo por una mesa.

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Los argumentos
El proyecto de fray Gabriel Chávez de la Mora O.S.B. fue plenamente avalado por quien presidía la Comisión Diocesana de Arte Sacro, el presbítero e ingeniero Rafael Uribe Pérez y su propósito lo animaba, dijeron, el deseo de rescatar el ámbito oculto por las dimensiones y altura del monumental altar: la sillería del Coro Catedralicio, incluyendo sitial del arzobispo.
Se hizo un estudio que tomó en consideración la memoria del uso del edificio y sus diferentes alternativas, al que fueron invitados peritos en historia y liturgia, arquitectos restauradores y maestros de artes plásticas. Se formó un Patronato para la Restauración de la Catedral con personas representativas y la sociedad, que manifestaron su postura ante las maquetas, dibujos y las 40 láminas de detalle del proyecto, el cual fue aprobado a principios de 1986 antes de presentarlo a las autoridades civiles para gestionar los permisos oficiales. En ese marco, hubo manifestaciones en contra.
El proyecto
La obra, mucho más allá de remover el altar marmóreo, planteó rebajar la altura del presbiterio y hacerlo más amplio para las misas concelebradas; también, resaltar, con materiales nobles, los elementos litúrgicos propios del recinto: la cátedra del obispo, la misma sillería, la ventana coral y los basamentos de las columnas del presbiterio.
Se propuso, igualmente, rescatar la cripta de los canónigos y el osario de los obispos, obstruidos por las gruesas columnas en las que descansaba el altar marmóreo, mismas que podrían ser retiradas y resaltar el conjunto escultórico de la Asunción de María, del escultor Mariano Pierusquía, misterio al que está dedicada esta iglesia matriz, con un vitral en la ventana coral que además de fusionarse con los ya existentes devolviera luminosidad al ambiente, obstruido con un órgano tubular ahí puesto para acompañar el canto del Oficio Divino.

Las gestiones
Con todos estos elementos que procuró concitar la voluntad de quienes podían opinar con autoridad del tema. Se invitó al Colegio de Arquitectos de Guadalajara, que convocados por su Presidente, Julio de la Peña, dio su espaldarazo verbal al proyecto de recuperación arquitectónica y adaptación litúrgica de fray Gabriel,  ante quien se disculparon algunos arquitectos que se habían manifestado en contra de un proyecto de desconocían a fondo. A ese parecer se sumaron igualmente dignatarios eclesiásticos y arquitectos tan prestigiosos como José María Botey.
Antes de la ejecución del proyecto, la doctora Teresa Franco, a la sazón del Instituto Nacional de Antropología e Historia y la Dirección General del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, encabezado por Rafael Tovar y de Teresa, a la que fueron convocados y asistieron los Arquitectos Pedro Ramírez Vázquez, Ricardo Legorreta, Alberto González Pozos, Teodoro González de León y Juan Urquiaga Blanco, dieron al proyecto su aprobación y aun lo elogiaron, gracias a cuyo aval se expidió, desde la Federación, el permiso para ejecutar la obra.

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Lo que se obtuvo de ello
A un cuarto de siglo de distancia, poco más, se pueden tomar en consideración estos frutos: el beneficio para la vivencia litúrgica de las solemnidades catedralicias, que ahora gozan de especial dignidad y prestancia en las solemnidades que lo requieren y a las que asiste de forma copiosa el clero, que puede disponer de los sitiales de la sillería catedralicia.
Los señores capitulares tienen ante sí un recinto modelo para toda la arquidiócesis y una iglesia, madre y maestra de las demás, en la que ofrecen concelebraciones eucarísticas y esmerada atención pastoral a los fieles, que, como lo hemos vivido en los recientes años jubilares, acuden al recinto como a una casa común.
El ambón, restaurado y reubicado, cumple su oficio de forma señalada. El nivel del presbiterio, que se redujo, une a los concelebrantes con la comunidad. El nuevo altar tiene guarniciones de plata fundida, forjada y repujada, según el diseño de fray Gabriel Chávez de la Mora, evoca al que fue desmantelado en tiempos de guerra civil. Al rezo de la Liturgia de las Horas puede sumarse, incluso en los sitiales de la sillería, los fieles que por la mañana o por la tarde pueden y quieren unirse, con los canónigos, a la oración oficial de la Iglesia.
Según se dijo, se recuperaron algunos elementos de la estructura renacentista del diseño primitivo de la Catedral, las dos bóvedas sepulcrales, la cimentación ochavada del siglo XVI, que sostenía el desaparecido muro testero, el de la capilla Real, y donde ahora yacen los restos de los Cardenales José Garibi Rivera, José Cardenal Salazar López y Juan Jesús Cardenal Posadas Ocampo y los féretros con los cuerpos incorruptos de dos obispos que murieron en olor de santidad, don Francisco Gómez de Mendiola y don Juan de Santiago y León Garabito. La bóveda sepulcral de los canónigos recuperó su espacio original que antes, dijimos, invadían las cinco gruesas pilastras sobre las cuáles descansaba el altar mayor.
Que ahora los visitantes del Museo de Arte Sacro puedan ver a detalle el antiguo altar marmóreo, cierra un vacío que sin duda produjo su remoción, motivada por las causas aquí expuestas.

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