Su nombre de pila fue “Francisco”, Francesco Possenti. Fueron sus padres quienes eligieron ponerle ese nombre en honor a San Francisco de Asís, porque su hijo había nacido en Asís, en el mismo lugar que el célebre santo italiano. El pequeño “Francesco” nació el 1 de marzo de 1838. Fue bautizado días después en la misma pila que San Francisco y Santa Clara. Francisco fue el undécimo de trece hermanos. Penosamente, quedó huérfano de madre con solo cuatro años, y tuvo que ser criado por su padre y hermanos mayores.
A Francisco lo caracterizaba su buen talante y su corazón afectuoso. En la medida en que iba creciendo, iba tomando conciencia del sufrimiento de otras personas. Como a muchos niños, si algo le apretaba el corazón, era ver sufrir a otros la pobreza y el abandono. Sin embargo, como también le sucede a muchos jóvenes, Francisco se las arregló para enfriar la calidez de la compasión que sentía en el corazón durante su adolescencia. Así, se convirtió en un jovencito un poco frívolo y vanidoso, que le encantaba vestirse a la moda y gastar dinero en finos atuendos; gustaba mucho del teatro -asistía a este con frecuencia-, las novelas románticas y el baile.
No obstante estas cosas, Francisco cumplía fielmente con ir a Misa y tenía una gran devoción a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores. En casa conservaba con afecto una imagen de la Piedad de Miguel Angel que adornaba con flores. Su educación estuvo primero en manos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (Hermanos de La Salle) y luego de los jesuitas, con quienes llevó el liceo clásico. Como estudiante destacó por su liderazgo y personalidad. Alguna vez, obligado por una insistente y agresiva propuesta contraria a la fe y la moral, no dudó en hacerse respetar a propia fuerza para apartarse de la tentación.
La llamada
A los 17 años empezó a inquietarlo la vocación sacerdotal. Enfermó gravemente y creyendo que moriría, prometió al Señor hacerse religioso si se salvaba. Pero, una vez recuperado, olvidó su promesa. Al tiempo cayó nuevamente enfermo y se encomendó al entonces Beato jesuita Andrés Bobola. Al recobrar la salud, promete de nuevo hacerse religioso, pero se deja llevar nuevamente por las distracciones de la vida mundana, hasta que un día, practicando cacería, se tropieza y se dispara un tiro que le roza la frente. El suceso lo hace reflexionar y tomarse más en serio la vida: Francisco terminó convencido de que se trataba de un aviso del cielo y una nueva oportunidad para vivir intensa y plenamente la vida.
Francisco, al poco tiempo, retoma su discernimiento y cree que Dios lo llama efectivamente a servir a los demás como sacerdote. Es entonces que le comunica a su padre su intención de hacerse religioso. Lamentablemente, su padre no aprueba su decisión y toma medidas para apartar a su hijo de su naciente vocación.
El 22 de agosto de 1856, durante la procesión de la “Santa Icone” (imagen mariana venerada en Spoleto, lugar donde vivía la familia Possenti), Francisco fija los ojos en los de la imagen de la Virgen, y escucha en su corazón que la Madre de Dios le dice: "Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa".
Francisco toma muy en serio esta experiencia. Decide alejarse de su novia, María, e ingresa al noviciado pasionista ¡Quién podría presagiar en ese momento que aquella jovencita estaría años después presente en la ceremonia de beatificación de quien había sido su novio! Incorporado a la Orden Pasionista, Francisco recibe el hábito y toma por nombre “Gabriel de la Virgen Dolorosa”. La nueva vida que Dios le regaló lo llevó a escribir alguna vez: "La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles".
En 1857 Gabriel hizo su profesión religiosa. Su vida en el convento transcurrió con la naturalidad y las dificultades que todo hombre o mujer entrado en religión debe afrontar. A Gabriel no le resultó fácil controlar su fuerte temperamento o sus antiguos apegos; por lo que se propuso algunos buenos medios para ayudarse. A San Gabriel se le ocurrió reservar un pedacito del jardín para sembrar y cuidar flores expresamente para el altar. Aquel sencillo acto de amor constante, curaba muchas heridas e iba fortaleciendo su amoroso corazón.
Con el tiempo, Gabriel es enviado al convento pasionista de Isola del Gran Sasso. Allí, a sus 23 años, empezó a padecer de malestares continuos: se sentía cansado, sin fuerzas y tuvo su primera hepmotosis (vómito de sangre), a causa de la tuberculosis que había contraído. Sus hermanos pasionistas le dieron los cuidados debidos, sin embargo, el Santo empeoró, aunque no perdió ni la serenidad ni el temple.
El 27 de febrero de 1862 solicitó la confesión. Recibida la absolución, con los ojos dirigidos al cielo dijo: “Pronto, Mamá mía. María, Madre de gracia, Madre de misericordia, defiéndeme del enemigo y acógeme en la hora de la muerte”. Aquel día partió de este mundo al encuentro de Dios Padre. Tenía solo 23 años.
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