Para evitar ese riesgo, el Papa recordó que los cristianos “estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes. Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano”.
El Santo Padre hizo esta reflexión a partir de la lectura del día, del Evangelio según San Marcos, en el que se narra la transfiguración de Jesús en el monte ante Pedro, Santiago y Juan.
Poco antes de aquel milagro “Jesús había anunciado que, en Jerusalén, sufriría mucho, sería rechazado y condenado a muerte”.
“Podemos imaginar lo que debió ocurrir en el corazón de sus amigos más íntimos: la imagen de un Mesías fuerte y triunfante entra en crisis, sus sueños se hacen añicos, y la angustia los asalta al pensar que el Maestro en el que habían creído sería ejecutado como el peor de los malhechores. Es precisamente en ese momento cuando Jesús llama a Pedro, Santiago y Juan y los lleva consigo al monte”.
El Papa explicó el especial simbolismo que el monte tiene en la Biblia. “El monte es el lugar elevado, donde el cielo y la tierra se tocan, donde Moisés y los profetas vivieron la extraordinaria experiencia del encuentro con Dios”.
“Jesús”, continuó el Pontífice, “sube con los tres discípulos y se detienen en la cima del monte. Aquí, Él se transfigura ante ellos. Su rostro radiante y sus vestidos resplandecientes, que anticipan su imagen de Resucitado, ofrecen a estos hombres asustados la luz para atravesar las tinieblas: la muerte no será el fin de todo, porque se abrirá a la gloria de la Resurrección”.
Asimismo, destacó las palabras de Pedro dirigidas a Jesús en el momento de la Transfiguración: “Qué bien se está aquí”. “Es bueno estar con el Señor en el monte, vivir esta ‘anticipación’ de luz en el corazón de la Cuaresma. Es una invitación para recordarnos, especialmente cuando atravesamos una prueba difícil, que el Señor ha resucitado y no permite que la oscuridad tenga la última palabra”.
Señaló que “a veces pasamos por momentos de oscuridad en nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida”.
“Nos sentimos asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el misterio de la muerte. En el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del Evangelio, que nos pide que gastemos nuestra vida en el servicio y la perdamos en el amor, en lugar de conservarla y defenderla”.
En esa situación “necesitamos otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la vida y nos ayude a ir más allá de nuestros esquemas y de los criterios de este mundo. También nosotros estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de su victoria pascual”.
“Pero tengamos cuidado”, avisó el Papa: “esa sensación de que ‘es bueno estar aquí’ no debe convertirse en pereza espiritual. No podemos quedarnos en el monte y disfrutar solos de la dicha de este encuentro. Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y a nuestra vida cotidiana”.
Por el contrario, “debemos guardarnos de la pereza espiritual: estamos bien, con nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual”.
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