Como fuentes secundarias destacan los historiadores contemporáneos o inmediatamente posteriores al suceso, como Flavio Josefo, Tácito o Plinio el Joven
Condenado irregularmente por “blasfemo”
Pero, ¿qué se puede decir sobre el proceso a Jesús de Nazaret? No cabe duda de que las fuentes principales son los textos evangélicos y, de entre estos, especialmente el de san Juan, que es el que más detalles da del proceso y quien, además, supuestamente estuvo presente a los pies de la cruz en el último momento, lo que podría significar que pudo haber presenciado también, con el debido disimulo, el resto del juicio. Y como fuentes secundarias, aunque no menos importantes, destacan los historiadores contemporáneos o inmediatamente posteriores al suceso, como Flavio Josefo, Tácito o Plinio el Joven, además de los hallazgos arqueológicos y epigráficos y, como culmen bibliográfico, las leyes judías y el derecho procesal y penal romano. El proceso a Jesús, llamado el Nazareno por proceder de este pequeño pueblo galileo, tuvo lugar el día 13 del mes de Nisán del año 3790 del calendario hebreo, en algún momento del reinado del emperador Tiberio, es decir, en el siglo I d.C., posiblemente en torno al 32 y el 34 d.C. Pero aun siendo el juicio que más ha trascendido e influido en la historia, curiosamente no contamos con exceso de datos sobre el mismo. Así, el historiador romano Tácito señalaba en su obra Annales que “el tal Cristo” había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato (Ann. 15, 44), nombre este último que aparece junto al del emperador Tiberio en una inscripción hallada en las excavaciones arqueológicas de Cesarea Marítima. Y, en efecto, Tácito no se equivocaba. Como relatan los evangelios, Jesús no fue condenado por Pilato, sino ajusticiado por este, ya que la condena por “blasfemo” había tenido lugar en dos irregulares juicios, el primero en casa del que fuera sumo sacerdote, Hanán (Anás en griego), y del entonces sumo sacerdote del Templo, Yosef Qayyafá (Caifás). En este último juicio se le encontró culpable de blasfemia y se decidió condenarlo a muerte. Son muchos los interrogantes que surgen a este respecto y de los hechos subsiguientes. En primer lugar, ¿no esperaban los judíos la venida del Mesías? ¿No cabía la posibilidad, pues, de que fuera Jesús? Por otra parte, y en lo referente a la condena y a la tipología de la misma, ¿por qué no ajusticiaron ellos mismos a Jesús, como habían hecho con tantas y tantas mujeres acusadas de adulterio en las plazas públicas? Y, por último, ¿por qué pedir una condena ajena a la ley judía, como la crucifixión, y que fuera llevada a cabo por el poder romano? La primera cuestión es de sencilla respuesta. El mensaje de Jesús, fuera o no Mesías para los judíos de entonces, había criticado fuertemente el poder y la riqueza que ostentaban los sumos sacerdotes y los escribas y había liberado a aquellos que lo habían escuchado de unas leyes que esclavizaban al hombre, predicando la ley del amor a Dios y al prójimo y la fraternidad de todos los hombres mediante la filiación divina con Dios. En nuestra civilización occidental actual, la igualdad de todas las personas ante la ley parece una obviedad, algo básico, pero en la Judea del siglo I d.C. una idea así era implanteable, totalmente tabú. En definitiva, Jesús desacreditó el poder del Sanedrín y sus miembros no podían consentirlo. Además, la procedencia humilde de Jesús y su tierra natal, Galilea, a cuyos habitantes despreciaban como bárbaros en Judea, hacían imposible a los sumos sacerdotes creer que de aquí surgiría el Mesías, recordando las palabras de Natanael: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn. 1, 46). El segundo interrogante es algo más complejo. ¿Por qué no podían los sumos sacerdotes ajusticiar a Jesús? La respuesta sencilla sería: por la ley romana. Judea había sido un reino clientelar de Roma desde que Pompeyo Magno derrotase al rey Mitrídates VI del Ponto en el año 63 a.C., pero con sus reyes títere, como Herodes el Grande, se mantuvo cierta autonomía legislativa. Cosa distinta pasó tras el reinado de Herodes Arquelao, hijo del anterior y hermano de Antipas, que disgustó profundamente al poder romano, y en pro de un control político definitivo se creó la provincia romana de Iudæa (Judea). Desde el año 6 d.C. pues, la ley vigente pasó a ser la romana, en detrimento de la judía. Hasta aquí todo claro. Pero entonces encontramos otra incongruencia, ¿por qué sí ajusticiaban a las mujeres acusadas de adulterio? [caption id="attachment_57721" align="aligncenter" width="582"]En busca de la mayor humillación posible
La única lógica es la del desprestigio y la humillación. El mismo Pilatos se extrañó, inquiriendo a quienes le presentaban a Jesús: “Tomadlo y juzgadlo según vuestra ley” (Jn. 18, 31), lo que indica que la práctica ejecutoria por parte de las autoridades judías era algo habitual. Pero los sumos sacerdotes eran conscientes de que algunos consideraban a Jesús como el Mesías esperado, que muchos lo consideraban “un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios” (Lc. 24, 19), como lo definieron los dos discípulos de Emaús, y que casi todos lo tenían como un hombre santo.La acusación de blasfemo era perfecta para desacreditarlo y, para que dicho descrédito sonara en toda la provincia, lo llevaron, con la acusación esta vez de agitador contra RomaEn cualquiera de los casos, y desde la perspectiva de los sumos sacerdotes, sus palabras no podían tener repercusión si querían mantener sus privilegios ante el pueblo y ante Roma. Por ello, la acusación de blasfemo era perfecta para desacreditarlo y, para que dicho descrédito sonara en toda la provincia, lo llevaron, con la acusación esta vez de agitador contra Roma, al prefecto del pretorio, Poncio Pilato, quien, pese a que no encontró “ningún motivo en él para condenarlo” (Jn. 18, 38), hubo de acceder a aprobar el ajusticiamiento para mantener el orden público. Pero aquí tuvo lugar otra irregularidad. Antes de autorizar el ajusticiamiento, Pilato hizo ejecutar otra sentencia. “Pilato mandó entonces azotar a Jesús”, escribe san Juan (19, 1). Aspecto este sumamente curioso. Theodor Mommsen, en su obra titulada Derecho penal romano, aclaraba que los azotes no eran una pena en sí misma, sino que servían como coerción o humillación pública para pobres o esclavos que no tenían dinero para afrontar penas pecuniarias y en tiempos del principado se aplicaba a aquellos con una pena más leve. ¿Por qué entonces Pilato mandó azotar a Jesús, para quien pedían la muerte en cruz, propia de ladrones y proscritos? ¿Por qué torturar a un hombre que en el interrogatorio había hablado? Posiblemente, la razón sea acorde con el dato evangélico: Pilato no quería ajusticiar a alguien que no parecía aquello de lo que se le acusaba (Jn. 19, 12), pero la fuerte presión de los sumos sacerdotes pudo con él. Finalmente, Jesús de Nazaret fue entregado por el prefecto romano al Sanedrín, quien, con una cohorte romana, se encargó de crucificar al reo. Este hecho es también muy significativo: hubieron de ser los romanos quienes crucificaran a Jesús, pues eran los que sabían hacerlo, ya que en la ley judía no se contemplaban ejecuciones de aquellas características, ideadas para hacer sufrir al condenado hasta el extremo. La pena de muerte por crucifixión entrañaba una especial crueldad y dureza. De origen posiblemente persa, aplicada a sediciosos, traidores y rebeldes, su modus operandi radicaba en la lenta asfixia del reo, causada por la posición a la que este era obligado a estar, clavado de manos y pies a sendos maderos de la cruz, impidiendo la respiración.
¿Era normal la aplicación de penas tan severas a personas que se autoproclamaban mesías? La respuesta es noAunque el caso de Jesús fue especialmente grave, ya que a semejante suplicio se añadía la pérdida de sangre provocada por los azotes y la corona de espinas. Ante esto solo cabe una pregunta, ¿era normal la aplicación de penas tan severas a personas que se autoproclamaban mesías? La respuesta es no. En la zona de Palestina siempre los hubo, antes y después de la llegada de Roma, y nunca se les aplicó semejante pena. De hecho, normalmente eran tomados por desequilibrados. ¿Por qué el caso de Jesús de Nazaret fue distinto a todos, a los anteriores y a los posteriores? Por muy avanzada que se encuentre la disciplina histórica, hay cuestiones que siempre serán un misterio. Pero, en definitiva, puede decirse que el proceso a Jesús de Nazaret, tanto en la vertiente judía como en la romana, tuvo numerosas irregularidades legales que no dejaron de apuntar en la misma dirección: la ignominia y la humillación del reo. Y lo cierto es que, curiosamente, desde el punto de vista cristiano esto es algo esencial para entender el sacrificio de Cristo por los hombres. La historia de Jesús, llamado Cristo, resultó ser el más absoluto fracaso a ojos de los hombres pero, poco tiempo después, su doctrina se extendería por Oriente Próximo, primero, y por todo el Imperio romano, después, como la pólvora. Los cristianos, como los llamaron por primera vez en Antioquía no más de 20 años después de aquel proceso en Jerusalén, revolucionaron el mundo.
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