Pbro. José Luis González Santoscoy
Estamos en la última semana de Cuaresma, el próximo domingo es el de Ramos. En el Evangelio de hoy escuchamos el relato de la resurrección de Lázaro, el amigo de Jesús. Se nos quiere recordar cómo Jesús ha venido a darnos vida en abundancia, y cómo viene a sacarnos de todas esas situaciones que, por el pecado, nos mantienen muertos en vida. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre”.
Quiero que abras bien los oídos: Jesús nos llama a una nueva vida; quiere que experimentemos la vida verdadera, la cual se nos da a través de la Gracia. El Señor puede y quiere transformarnos para que tengamos de verdad una vida nueva, plena e inmortal.
Escuchamos en el Evangelio que Jesús le grita a su amigo Lázaro, quien se encontraba en el sepulcro; “Lázaro, sal fuera”. Este grito también nos lo hace a cada uno de nosotros, sumergidos en el pecado. Dios quiere que tengamos vida, y vida en abundancia. Por ello nos llama y lo hace con una voz potente. Cristo nos invita a salir de nuestra “tumba”, de nuestro “sepulcro”.
¿Qué características tiene un sepulcro? Es un lugar donde hay muerte, oscuridad, frialdad, animales, hediondez… No hay luz, ni vida, no hay claridad…
Cuando nos encontramos en la muerte por el pecado, nos pasa igual. Qué sepulcros pudiera yo detectar hoy como una constante: 1. Sepulcro del egoísmo: El culto al yo, egolatría, narcisismo e individualismo. 2. Sepulcro de la rutina o de la mediocridad: Fácilmente nos acostumbramos a lo de siempre, nos instalamos porque nos resulta cómodo. Empezamos a perder fuerza, capacidad de renovación, entramos en tibieza; 3. Sepulcro del miedo y la tristeza: Has perdido la confianza en la vida, en la gente, en ti mismo y 4. Sepulcro de los vicios.
Hagamos caso a la voz de Jesús, que nos llama a salir de nuestros sepulcros, para acoger la vida de Dios.
@PadreJoseLuisGS
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