Tú eres el Hijo de Dios

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Nuestra madre Iglesia presenta hoy un pasaje del santo Evangelio, que nos exhorta a tener bien abiertos los ojos de la fe para no confundir al Señor con un fantasma, como ocurrió a sus seguidores. Ante semejante confusión, Jesús realizó un hecho portentoso, que provocó la confesión de fe de sus discípulos (Mt 14, 22-23).

Desear con el deseo de Dios

Después de la multiplicación de los panes, Jesús pidió a sus discípulos que se adelantaran, mientras Él despedía a la gente; luego “subió al monte a solas para orar” (v. 23). La oración de Jesús manifiesta su comunicación permanente con el Padre, de quien acaba de dar testimonio de su amable y generosa solicitud por su pueblo (véase Mt 14, 19). Esta breve pero sustanciosa introducción, cuyo centro es la oración del Señor, es el marco de lectura adecuado para el relato del encuentro con sus discípulos. El motivo más profundo de la oración de Jesús consistió siempre en su profundo anhelo de desear con el deseo de Dios: “Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él”. (Jn 8, 29).

“Soy yo”

Se trata de un pasaje rico en símbolos: la tempestad, el agua, y la noche evocan las fuerzas del mal; la barca alude a la Iglesia, de la que Pedro aparece como su portavoz. Cuando Jesús se les acercó caminando sobre las aguas, la barca estaba mar adentro y era de noche. Los discípulos atemorizados lo confundieron con un fantasma. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense y no teman. Soy yo” (v. 27). Jesús declaró quién era, pero no lo hizo empleando su nombre, sino que utilizó la expresión con la que Dios se da a conocer en el Antiguo Testamento (compárese. Ex 3, 14).

Es un texto que implícitamente nos conduce al corazón de nuestra fe cristiana: El Misterio de la Santísima Trinidad. En un libro de verdad precioso, que cristalizó a raíz de unos ejercicios espirituales que el sacerdote obrero Jacques Loew, predicará en el Vaticano en 1970, por invitación de nuestro queridísimo Pablo VI, nos invita a profundizar en semejante misterio: “La Trinidad es la vida divina. La encarnación es esa vida divina comunicada a la humanidad del Cristo. La encarnación del Cuerpo Místico es esa vida divina englobando al hombre en la humanidad de Cristo” (J. Loew, Ese Jesús al que se llama Cristo, La Editorial Católica, Madrid 21971, pág. 66)

Los discípulos confiesan su fe

Pedro, entonces, le pidió que si de verdad era el Señor le concediera caminar sobre las aguas. Jesús se lo permitió. Sin embargo, Pedro se asustó y comenzó a hundirse, por lo que gritó: “Sálvame, Señor” (v.30). Jesús le tendió su mano, y mostro cómo el poder de Dios sobre las aguas del caos, actuaba por Él, lo cual suscitó la confesión de fe de sus discípulos: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios” (v. 33).

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