Libros que hacen mucho bien a la gente y libros que hacen mucho mal


Siempre he hablado del respeto que debemos tener hacia todo lo sagrado. Ese respeto incluye a las personas sagradas. Aun siendo yo sacerdote, trato de tratar con respeto a mis colegas. Ese respeto incluye el no criticarlos.
Si tengo respeto por las religiosas y por los sacerdotes, mucho más por el obispo. Y si tengo esa actitud por los obispos, todavía más por el Vicario de Cristo en la tierra.
Ya he dejado claro que el papa se puede equivocar, que se puede equivocar mucho, y que se puede equivocar gravemente. Cualquier papa puede equivocarse, hacer mucho daño y pecar gravemente. Ahora bien, incluso aunque lo haga, mi actitud será de silencio y de defenderle en la medida en que le pueda defender: es decir, sin faltar a la verdad y fijándome en lo bueno.
¿Por qué este largo preámbulo? Pues porque ciertas personas, por ciertos hechos, se han podido sentir heridas por el sucesor de Pedro. Para nada a mí me corresponde juzgar. A mi me corresponde consolar, no echar más leña al fuego.
Si tal hecho sucediera, es una hipótesis, deberé dejar todo en las manos de Dios y atender a la herida que se haya producido en esa alma que tenga delante. Pero la primera premisa que reconoceré es la posibilidad de que el pastor de las almas sea el que hiera. Negar esa posibilidad implicaría negar la verdad, negar toda posibilidad de consolación. Sería como decir: te han apuñalado y el malo eres tú.
La defensa de la verdad no niega el acercamiento al negador de la verdad. Pero ese acercamiento, ciertamente, se puede hacer de forma prudente o, incluso, sabía; y hasta santa. O se puede hacer de forma imprudente, necia e, incluso, nefasta. Incluso el silencio y el dejar hacer puede ser pecado grave. Por favor, recordad que me estoy moviendo en el campo de la hipótesis.
Pero justo es recordar que Jesús no hizo todo ni cualquier cosa ni de cualquier manera. Todas nuestras acciones, incluso el modo de hacerlas, tienen implicaciones morales.
Defenderé al papa (a cualquier papa) hasta el límite de la verdad, después me callaré.

Respetaré al papa por el ministerio sagrado con el que está investido, aunque la persona concreta me parezca la más indigna.

La defensa de la verdad, qué misión tan sagrada.

Y sagrada es la misión de los cardenales de advertir, sin que trascienda, en secreto, de todo lo que vean mal o inadecuado. Es una misión sagrada y una obligación. Si no se hace en secreto ya no es corrección, sino presión. Pero los cardenales deberían ser los más santos escogidos de entre los mejores obispos. En ellos debería brillar la luz de la verdad y de unas virtudes labradas durante toda una vida de lucha espiritual.

Si los cardenales son muy humanos, los sumos pontífices usualmente no serán de otra manera. Ecclesia semper reformanda.
Yo no juzgo a nadie y le pido al Señor no escandalizar a nadie. Que la verdad sea un depósito sagrado que todos custodiemos en un castillo, en un baluarte, cuyas piedras son bautizados.

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