Espiral. Don Enrique Varela: Desde la modestia, amplias dimensiones

José de Jesús Parada Tovar

Es un hecho que las virtudes cristianas y las cualidades humanas esplenden con luz propia; no requieren de reflectores, como tampoco pretenden brillar y mucho menos lucir. Desde la reconditez que aconseja la plena y humilde aceptación personal, por sí solas dan claridad, iluminan y enriquecen situaciones, panoramas y emprendimientos, propios y ajenos.

Mucho de todo esto caracterizó a Don Enrique Varela Vázquez, aventajado alumno seminarista de un insigne Maestro, el Padre José Salazar López, quien gustaba de repetir esta sabia máxima: “Ni el Bien hace ruido ni el ruido hace bien”, la cual puso en práctica durante su larga vida y a través de todas sus altas responsabilidades.

También Don Enrique, tapatío de fina cepa, fue espléndido por su liberalidad, por su generoso criterio de procurar el Bien Común sin importarle adversidades, murmuraciones, quebrantos de salud o económicos. Sin embargo, el lubricante de la totalidad de sus proyectos y actividades fue la prudencia y el recato que, con el motor de su iniciativa, lucidez y trabajo incansable, eran garantía de eficacia y eficiencia, dejando para otros el mérito de los logros.

Afortunadamente, ya se ha escrito mucho y bien de él, en especial a raíz de su fallecimiento, ocurrido el reciente 23 de enero a la edad de 91 años; pero bien procede abundar, así sea brevemente, en algunas de sus tareas o en ventilar aspectos poco conocidos de sus realizaciones. Es el caso, entre tantos otros, de su efectiva injerencia en la proyección y desarrollo del Consejo de Colaboración Municipal, tan benéfico como promotor de obras de mejoramiento urbano en barrios y colonias, haciendo coincidir la cooperación de los vecinos con los recursos del Ayuntamiento.

Esto pudo lograrlo desde sus más de 30 años como Director-Gerente de la Cámara de Comercio de Guadalajara, desde donde pudo tejer valiosas y fértiles relaciones entre todos los organismos empresariales y sindicales, y de éstos con todos los niveles de Gobierno, así como con el gremio de intelectuales y académicos y con la Iglesia misma, siendo él un laico católico a carta cabal y de tiempo completo. Eran tiempos recién posteriores a La Cristiada y a sus dolorosas secuelas.

Con todo, ha de advertirse que, precisamente por su privilegiada posición de confiable enlace inter-institucional, y habida cuenta de su profesional actitud de reserva y secrecía, llegó a ganarse no pocos y hasta airados reclamos de Periodistas, a quienes ocultaba información, confidencias o asuntos que consideraba delicados o meritorios de discreción, e incluso negaba entrevistas solicitadas a sus superiores.

Avezado como estaba en temas económicos, la Arquidiócesis le confió, por muchos años, la asesoría directa para el manejo de las cuestiones financieras. Gracias a ello, el sexto Arzobispo Metropolitano, Cardenal José Garibi Rivera, quien había liderado desde 1961 en el Episcopado Mexicano la idea de edificar en Roma el Pontificio Colegio Mexicano como sede para los Seminaristas y Sacerdotes que cursarían allá distintas especialidades, le encomendó al Sr. Varela, ni más ni menos, encabezar el Comité Nacional pro Construcción de esa Casa, convocando, para el caso, a importantes empresarios del país como aportantes, con la anuencia y concurso de todas las Diócesis.

Semejante proyecto, por cierto, tuvo desde su comienzo un color y sabor predominantemente tapatío, no sólo por el Cardenal Garibi a la vanguardia, sino también porque éste nombró como encargado inicial a Monseñor Francisco de Aguinaga y López Portillo, a la sazón Capellán del Templo de Nuestra Señora del Carmen. Ya constituido el Comité para el financiamiento, lo presidió el banquero tapatío Don Félix Díaz Garza; como Vicepresidente, el industrial Don Carlos Trouyet; como Vocal, Don Fernando Aranguren Castiello, empresario jalisciense. En su carácter de Tesorero, el Sr. Varela Vázquez abordó en 1967 al Lic. Gustavo Díaz Ordaz, Presidente de la República, para darle a conocer el término de la obra, y el Primer Mandatario le dijo: “Es la Casa de México en Roma”.

Unos años antes de recibir el Premio “Ciudad de Guadalajara”, el Ayuntamiento tapatío, en el período de Don Gabriel Covarrubias Ibarra, agregó a Don Enrique al Cuerpo Colegiado de la Crónica, habiéndose distinguido con anterioridad no únicamente como colaborador del Suplemento Cultural de El Informador, sino muy señaladamente por haber conseguido, directamente en el Archivo de Indias, en España, facsímiles de valiosísimos documentos históricos relativos a Jalisco y a su Capital, con los que dotó al Instituto “Ignacio Dávila Garibi”, que él mismo fundó en 1983 al seno de la Cámara de Comercio.

…Apenas parciales barruntos de una vida plena de servicio a Dios, a su Iglesia, a la Patria y a todos los semejantes que lo trataron. ¡Descanse en paz!    

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