El Dedo de Dios señalando a alguien


El gesto de Dios sobre el ataúd del cardenal me ha conmovido. Es tan bonito ver a un buen pastor. Pero todavía más si ese pastor es exaltado por el Maestro mismo. Eso no se compara a recibir ninguna dignidad por parte de la Iglesia. ¡Es tan hermoso cuando la dignidad dentro de la Iglesia coincide con el parecer de Dios!
No se puede ordenar a un sacerdote si no ha llegado a un mínimo de virtud. No basta la buena voluntad. Un mínimo es necesario. ¿Cómo puede ser pastor el que es esclavo del pecado? ¿Cómo se puede colocar al frente de los renacidos en Cristo a alguien que no tenga un mínimo de virtud?
Si eso es así para cualquier sacerdote, cuánto más debería serlo para un obispo. Un obispo es pastor de pastores. Luego debería ser excelente en la virtud y en la ciencia. Se les llama “excelentísimos”. El título debería concordar con la realidad.
Y si para ser obispo se requiere se excelente, habría que escoger a los más meritorios para el puesto de arzobispos. En mi libro, La mitra y las ínfulas explico cuál pienso que debería ser el papel espiritual y eclesial de los arzobispos.
Y si los arzobispos deberían ser escogidos entre los mejores obispos, los cardenales deberían ser eminentes entre los excelentes. Allí sí que no debería haber lugar para la medianía. La ciencia y las virtudes deberían ser incontestables. Los 120 obispos más sabios y más santos de toda la Iglesia, para aconsejar al papa, para escoger al vicario de Cristo. ¡Menudas funciones! Impresionantes.
El papa… se le llama santo padre por la sacralidad de la función. Pero la santidad de la persona debería concordar con la sacralidad del cargo. El mismo proceso de elección debería revestir una sacralidad suprema, un ambiente de oración máximo. El cónclave debería ser el centro donde confluya la oración de toda la Iglesia para lograr saber cuál es la voluntad de Jesús respecto a la designación de su vicario. Cuanto más haya de torcido en los purpurados, menos se sabrá cuál era la voluntad perfecta de Dios.
Cuanto más haya de debilidad humana en ellos, peor aconsejarán al Papa, menos adecuados serán los nombramientos de obispos y el error y el pecado se ramificarán en una sucesión de causas y efectos. En la Iglesia, desde el principio, existe esa confluencia de causas y efectos buenos, al lado de otras causas malas con resultados malos. Y esas causas buenas y malas son las personas.

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