En su tradicional saludo a los fieles de lengua española, el Santo Padre recordó desde la biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano que cada 9 de diciembre la Iglesia conmemora a San Juan Diego “a quien Nuestra Señora de Guadalupe escogió como su enviado”.
“Que a través de su intercesión presente a la Virgen los países de América Latina, damnificados por la pandemia y los desastres naturales, para que ella, como Madre, salga al encuentro de sus hijos y los cubra con su manto”, expresó el Papa.
Además, el Pontífice invitó a pedir al Señor “que infunda en nosotros su Espíritu Santo para que vivifique nuestra oración y transforme nuestro corazón, abriéndolo al servicio de la caridad”.
¿Quién fue San Diego?De acuerdo con la tradición, San Juan Diego nació en 1474 y murió en 1548.
Los relatos describen a San Juan Diego como un hombre sencillo, indio, laico y devoto de la Madre de Dios a quien la Virgen Morena del Tepeyac se le apareció.
El 9 de diciembre de 1531 la Virgen de Guadalupe le encomendó que fuera ante el obispo franciscano Fray Juan de Zumárraga, para pedirle en nombre de ella que se construya una iglesia en aquel lugar. Juan Diego obedeció, pero el fraile no le creyó y se negó al pedido.
La Virgen se le apareció de nuevo a Juan Diego y le pidió que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a encontrarse con el prelado, quien, escéptico, le pidió pruebas del prodigio que relataba.
El 12 de diciembre, la Virgen se presentó nuevamente a Juan Diego y lo consoló, invitándole a subir a la cima de la colina del Tepeyac para que recogiera flores y se las llevara al franciscano.
A pesar de que era invierno, San Juan Diego obedeció al pedido de la Virgen. Cuando llegó a la cima encontró un brote de flores y las colocó envueltas en su “tilma” (el manto típico con el que se revestían los indios).
Al estar frente al obispo, San Juan Diego abrió su “tilma” y dejó caer las flores, pero sobre el tejido estaba la imagen de nuestra “Señora”, la Virgen de Guadalupe.
Desde ese momento, aquella prodigiosa imagen se convirtió en una de las mayores devociones marianas del mundo. El obispo autorizó la construcción del templo y San Juan Diego fue el primer custodio del santuario.
San Juan Pablo II beatificó a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1990 y lo canonizó el 31 de julio de 2002.
En la ceremonia de canonización, San Juan Pablo II destacó que San Juan Diego, “al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo” y añadió que el testimonio de la vida de San Juan Diego “debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones”.
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