“A veces parece que todo se derrumba, que la vida vivida hasta ahora ha sido vana. En estas situaciones, cuando parece que todo se derrumba, aparentemente sin escapatoria hay una única salida: el grito, la oración ‘¡Señor, ayúdame!’. La oración abre destellos de luz en la más densa oscuridad”, advirtió el Papa en la audiencia general de este 9 de diciembre.
Al continuar con su serie de catequesis sobre la oración, el Santo Padre señaló que “la oración cristiana es plenamente humana” porque incluye la alabanza y la súplica y añadió que “cuando Jesús enseñó a sus discípulos a rezar, lo hizo con el ‘Padrenuestro’, para que nos pongamos con Dios en la relación de confianza filial y le dirijamos todas nuestras necesidades” ya que “pedir, suplicar, es muy humano”.
“En el ‘Padrenuestro’ rezamos también por los dones más sencillos y diarios, como el ‘pan de cada día’, que quiere decir también la salud, la casa, el trabajo, cosas de todos los días; y también la Eucaristía, necesaria para la vida en Cristo; así como el perdón de los pecados, que es una cosa cotidiana, necesitamos siempre el perdón, y por tanto la paz en nuestras relaciones; y finalmente que nos ayude en las tentaciones y nos libre del mal”.
En esta línea, el Pontífice citó el Catecismo de la Iglesia Católica que describe que “mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él”.
“A veces podemos creer que no necesitamos nada, que nos bastamos nosotros mismos y vivimos en la autosuficiencia más completa. A veces sucede esto. Pero antes o después esta ilusión se desvanece. El ser humano es una invocación, que a veces se convierte en grito, a menudo contenido”, advirtió el Papa.
En este sentido, el Santo Padre destacó que “la Biblia no se avergüenza de mostrar la condición humana marcada por la enfermedad, por las injusticias, la traición de los amigos, o la amenaza de los enemigos” y agregó que “el alma se parece a una tierra árida, sedienta como dice el Salmo 63” debido a que “todos experimentamos, en un momento u otro de nuestra existencia, el tiempo de la melancolía, de la soledad”.
“Por tanto, no tenemos que escandalizarnos si sentimos la necesidad de rezar, sobre todo cuando estamos en la necesidad”, dijo el Papa quien invitó a no reprimir “la súplica que surge espontánea en nosotros” ya que “la oración de petición va a la par que la aceptación de nuestro límite y de nuestra creaturalidad”.
Asimismo, el Santo Padre recordó que es necesario aprender a rezar “también en los tiempos felices; dar gracias a Dios por cada cosa que se nos da, y no dar nada por descontado o debido: todo es gracia”.
“No hay orante en el Libro de los Salmos que levante su lamento y no sea escuchado. Dios responde siempre, hoy, mañana, pero siempre responde, de un modo o del otro, siempre responde. La Biblia lo repite infinidad de veces: Dios escucha el grito de quien lo invoca. También nuestras peticiones tartamudeadas, también las que quedan en el fondo del corazón, que tenemos vergüenza de expresar. El Padre las escucha y quiere donarnos su Espíritu, que anima toda oración y lo transforma todo”, afirmó.
Por ello, el Papa Francisco subrayó que “la oración es cuestión de paciencia, siempre, de soportar la espera” y añadió que “ahora que estamos en tiempo de Adviento, un tiempo típicamente de espera, de espera a la Navidad, estamos en espera, también toda nuestra vida es en espera y la oración es en espera siempre porque sabemos que Dios responderá”.
“Incluso la muerte tiembla cuando un cristiano reza, porque sabe que todo orante tiene un aliado más fuerte que ella: el Señor Resucitado. La muerte ya ha sido derrotada en Cristo, y vendrá el día en el que todo será definitivo, y ella ya no se burlará más de nuestra vida y de nuestra felicidad”, explicó el Pontífice.
De este modo, el Santo Padre invitó a aprender a “estar en la espera, a esperar al Señor, no solamente en las grandes fiestas, en la Navidad, en la Pascua” porque “el Señor nos visita cada día, en la intimidad de nuestro corazón, si nosotros estamos en espera. Y muchas veces no nos damos cuenta de que el Señor es cercano, que toca a nuestra puerta. ‘Tengo miedo cuando Dios pasa’, decía San Agustín, ‘que el Señor pase y yo no me de cuenta’. El Señor viene, el Señor toca, pero si tú tienes los oídos llenos de otros ruidos no escucharás la llamada del Señor”.
“Hemanos y hermanas, estar en espera, esta es la oración”, concluyó el Papa.
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