Carta Pastoral en la Campaña de “Manos Unidas” – Febrero 2014


Un mundo nuevo, proyecto común


Queridos diocesanos:


Al tener que recordar todos los años que hay casi 870 millones de personas hambrientas y malnutridas, entre ellas muchos niños, puede dar la impresión de que nos hemos resignado a la situación del hambre en el mundo.


Nada más lejos de esta realidad. Se trata de concienciarnos nuevamente de que no debemos ahorrar esfuerzo alguno para que llegue el momento de que no tengamos que aludir a ella. El punto central siempre es el mismo: reconocer los valores fundamentales de la persona humana, favorecer el respeto de su dignidad, y defender que el derecho a la nutrición es parte integrante del derecho a la vida de cada ser humano.


El hambre, problema lacerante


El hambre, vergüenza injustificable desde todos los puntos de vista, es un problema tanto más lacerante cuanto que no viene causada por la escasez material sino por la insuficiencia de recursos sociales, es decir, por la falta de un sistema de instituciones económicas capaces de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional. “El desperdicio de alimentos no es sino uno de los frutos de la cultura del descarte que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo; un triste signo de la globalización de la indiferencia, que nos va acostumbrando lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal”1.


Un mundo nuevo con la colaboración de todos


Este año Manos Unidas pone ante nuestra consideración el objetivo de lograr un mundo nuevo con la colaboración de todos. Hablamos tantas veces de esto que nos puede parecer una utopía inalcanzable, y sin embargo no lo es. Viviendo la paz, realizando la justicia social y ejerciendo la solidaridad podemos ir consiguiendo un mundo nuevo. La fuerza vivificante de la gracia de Dios y de la luz de la fe nos impulsa a comprometernos en la construcción de un nuevo orden mundial fundado sobre relaciones éticas y económicas justas, con la conciencia de ser “familia” llamada a construir vínculos de confianza y de ayuda mutua. Una humanidad unida podrá afrontar las condiciones de pobreza humillante en que viven millones de seres humanos2.


Hemos de dar asistencia a los que la necesitan siguiendo las indicaciones de Jesús como son dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo… (cf. Mt 25). En el juicio final contará el haber hecho algo por los necesitados. Además de esto nuestra preocupación debe ser el lograr que los pobres sean capaces de valerse por sí mismos y no sean dependientes permanentes. Para conseguir esto es necesario erradicar las raíces de las causas que generan estas situaciones haciendo que las estructuras sociales, políticas y económicas tengan una configuración más justa y solidaria. Por otra parte esto nos exige vivir la fraternidad, dando la vida para que otros tengan vida, recordando lo que nos dice san Pablo: “Y si repartiera todos mis bienes entre los necesitados…, si no tengo amor, de nada me serviría” (1Cor 13,3). Es necesario “educarnos en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones… Apoyar y proteger a la familia para que eduque a la solidaridad y al respeto es un paso decisivo para caminar hacia una sociedad más equitativa y humana”3.


Responsabilidad tuya y mía


Me pregunto y te pregunto: ¿qué podemos hacer tú y yo para que al menos, algunos no pasen hambre? No podemos remediar el hambre de todos, pero seguramente sí podemos ayudar a algunos cuyas situaciones son muy precarias. “Cada uno de nosotros ¿no siente acaso en lo recóndito de su conciencia la llamada a dar su propia contribución al bien común y a la paz social? La globalización abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas. La Iglesia, que es «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano», continuará ofreciendo su aportación para que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacífico y solidario”


Os saluda con afecto y bendice en el Señor,


+ Julián Barrio Barrio,


Arzobispo de Santiago de Compostela


1 FRANCISCO, Mensaje a la FAO 2013.


Arzobispo de Santiago


2Cf. BENEDICTO XVI, Mensaje “Urbi et orbi” en la Navidad de 2005.


3 FRANCISCO, Mensaje a la FAO 2013.


Arzobispo de Santiago


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