Hoy estaba tan tranquilo visitando enfermos en el hospital, cuando me llaman desde Urgencias: “Su madre está aquí en Urgencias”. ¿Mi madre?, repuse incrédulo. Mientras bajaba por el ascensor, pensaba que podría haber tenido un problema con una válvula del corazón. Van a ser unas largas vacaciones en Alcalá las que va a tener, me dije a mí mismo.
También me eché en cara no haberle hecho caso los días precedentes. No he seguido la dieta estricta que me imponía y eso le ha debido provocar mucha tensión, aunque no lo haya manifestado. Se lo ha guardado dentro y el asunto ha explotado en forma de problema cardiaco. En el fondo, el culpable soy yo. ¿Por qué tuve que repetir de esos pastelitos rellenos de crema pastelera? Podía haberme comido uno, pero no, tenía que comerme cuatro.
El caso es que en el ascensor me di cuenta de que quizá se había caído de una silla y se había roto la cadera. Se lo he dicho mil veces que no se suba a ninguna silla. O tal vez se haya resbalado con el suelo mojado. Las baldosas de la cocina resbalan mucho.
Estos eran mis pensamientos cuando llegué a la zona de admisión a Urgencias. Allí me esperaba con una cara que no denotaba dolor. Además, estaba de pie. Derecha como un ajo. No era la madre mediomoribunda que me esperaba encontrar.
La saludo y me dice: Me he olvidado las llaves dentro de casa. Al llegar a casa, a la hora del postre, me he resarcido de mis angustias filiales con buena parte de los pastelillos que quedaban.
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