Mi relación con los libros materiales siempre ha sido muy desafecta y funcional. La única obra a la que varias veces intenté cogerle un afecto a través de su materialidad fue a la Biblia. Siempre quise tener un libro de la biblia que fuera el mío, el de toda la vida. Pero ni siquiera esto ha sido posible. Conforme pasaron los años, mi afán por la literalidad me hizo pasar de una versión de la biblia a otra. Cuatro he tenido que consecutivamente pensando que era ya la definitiva.
Finalmente, trabajo y medito de forma habitual con tres biblias, las tres ya digitales. Así que ese propósito vuelve a tornarse imposible. Para satisfacer la curiosidad diré que una es la versión de la CEI en italiano. Me gusta porque es una traducción exactísima, pegada de modo máximo a la lengua original.
La otra versión que suelo usar es la NRSV en inglés. Es la más literal en lengua inglesa. Cuando estoy en casa, suelo usar esta versión inglesa, porque la encuentro con facilidad online. Mientras que cuando estoy en la iglesia, en mi tablet tengo la versión italiana.
La tercera biblia que uso para consultarla y para preparar mis sermones es una versión online interlineal en griego y hebreo. Esta forma de leer la Biblia a través de tres versiones es lo que con el paso de los años se ha consolidado. Como se ve, no le dejaré a ningún heredero un libro concreto de la Biblia, un libro ajado y subrayado. Sólo le podré legar mis libros colgados en la Nube. Libros que no se manchan ni se desencuadernan ni sus hojas se rasgan.
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