Una buena parte de los alimentos que se sirven en el Seminario proviene de la granja destinada a proveer
esos recursos, lo cual contribuye a economizar el gasto diario.
José Manuel Gutiérrez Alvizo,
1º de Teología
“Si es obra de Dios, prosperará”. Con estas sencillas palabras exhortaba Gamaliel a los judíos perseguidores de los cristianos en los primeros siglos y, sin duda, puede aplicarse perfectamente a esta institución tricentenaria, el Seminario Conciliar Tridentino de Señor San José, mejor conocido como el Seminario Diocesano de la Arquidiócesis de Guadalajara, que desde su fundación el 9 de septiembre de 1696, por el entonces Obispo veracruzano Fray Felipe Galindo Chávez y Pineda, no ha dejado ni un solo momento de ser un árbol fuerte, azotado por muchos vientos y tempestades, pero lleno de confianza en la Providencia Divina y dando frutos -quizá no todos de la misma calidad-, pero siempre fructificando.
Esta obra de Dios y su sostenimiento, no ha sido fácil, como lo es quizá este presente en que nos toca vivir, momentos difíciles, las carencias económicas y el crimen y la violencia, podrían inclinar la balanza a pensar que es mejor “apostar” a causas mejores, a situaciones más rentables, e incluso productivas desde el punto de vista pragmático; ¿Qué ha sostenido esta obra entonces? ¿Quién ha podido llevar las riendas de tan semejante empresa? Sin duda la respuesta es un misterio, como misterio y verdad son las palabras que Jesucristo dirigió a sus discípulos en el último renglón del Evangelio de Marcos: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”.
Con estas palabras podemos apuntalar la respuesta: Jesucristo y sus fieles son quienes nunca han dejado de escatimar los esfuerzos y las providencias necesarias para la formación y el sostenimiento de los futuros Pastores de esta grey tapatía.
El Seminario de Guadalajara ha sido, durante estos 320 años, el lugar de formación no sólo de los futuros Pastores, sino de muchas de las grandes mentes y corazones de los ciudadanos de Jalisco y, en resumidas cuentas, es meritorio el título que se le confiere, el de ser “el corazón de la Diócesis”; corazón que bombea, oxigena y revitaliza la sangre de esta grey tan numerosa, que supera con creces los 6 millones de habitantes, y que necesita, día con día, laboriosos operarios, pues los casi 1,000 sacerdotes que asisten actualmente a la feligresía arquidiocesana son insuficientes para atender como se debe a los fieles que integran las más de 600 comunidades, entre parroquias, cuasi parroquias y capellanías.
Gran alegría es saber que, a pesar de las dificultades, los fieles siguen teniendo gran amor al “Corazón de la Diócesis”, un amor que se traduce en la oración y el sostenimiento que aportan para que los más de mil seminaristas internos aprovechen y cooperen con su esfuerzo y dedicación a las labores tan arduas de nuestros bienhechores.
La tarea de nosotros los seminaristas es fructificar, es empeñarnos y aprovechar todos y cada uno de los espacios formativos que el Seminario nos ofrece para crecer y madurar en las diferentes áreas de nuestra formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, para en un futuro ser cristianos íntegros, pastores apasionados al servicio de Dios en el ministerio sacerdotal.
Agradecemos los grandes e inigualables esfuerzos de cada uno de los fieles que coopera con su oración y aportación para el sostenimiento de esta grande obra, y hacen posible que la Providencia Divina se manifieste por su medio para cada uno de nosotros. Dios sea su recompensa.
En plan de complemento formativo, los seminaristas mayores efectúan ocasionales labores de campo (siembra, cuidado y cosecha de diversos productos comestibles) en una granja del municipio de Zapopan.
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