Nuestra Madre Iglesia coloca sobre la Mesa de la Eucaristía un esperanzador pasaje del Evangelio según San Juan, donde se revela que la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra, ya que son superadas por Jesús: el Amigo (Jn 11, 1-45).
Contrastantes enfoques
El texto despliega una serie de contrastantes lecturas. La perspectiva de las hermanas, quienes preocupadas por la gravedad de Lázaro, mandan llamar a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres, está enfermo” (v. 3). Jesús, en cambio, interpreta el milagro que sabe que está a punto de realizar, como un signo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la Gloria de Dios, para que el Hijo sea glorificado por ella” (v. 4).
Además, ante el retraso de Jesús, Marta le dice que si hubiera estado allí, su hermano no habría muerto (véase v. 21); si bien su confianza es tal, que confiesa: “Pero aún estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas” (v. 22). Jesús le responde que su hermano resucitará (véase v. 23). Marta, a su vez, le dice: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día” (v. 24). A lo que Jesús contestó: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquél que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre” (vv. 25-26).
Jesús, entonces, invita a su amada discípula a ver en profundidad el signo que está a punto de realizar: “‘¿Crees tú esto?’ Ella respondió: ‘Sí, Señor. Creo firmemente que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’” (v. 27). Declaración ratificada por Jesús cuando resucita a Lázaro (véanse vv. 43-44).
¿Qué pretende el Evangelista?
Nos encontramos ante el séptimo y último signo registrado en el Cuarto Evangelio; sin duda, el de mayor importancia. “En la tradición ortodoxa, el Evangelista Juan es designado habitualmente con el título de ‘teólogo’”, como vemos en el Libro de Teófanes el Recluso, canonizado por la Iglesia Ortodoxa, Qué es la vida espiritual y cómo perseverar en ella, Sígueme, Salamanca 2016, Pág. 94. Debemos tener presente siempre el fin buscado por el Evangelista teólogo: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos, que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).
La Cristología joánica nos conduce a la Antropología y, de ésta a la Teología, pues el modo de ser humano de Jesús es el único Rostro de Dios que conocemos: “El que me ha visto a Mí -le dice Jesús a Felipe-, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).
“¡De veras ¡cuánto lo amaba!”
Ante la multiplicidad de mensajes, contemplemos la concretez del Misterio de la Encarnación, constatando que Jesús realmente brindó y gozó de la amistad: ¿Acaso no fue el amor de sus amigos el que suscitó la esperanza y la vida (véase v. 5)? El propio Evangelista teólogo relata que, ante lo acontecido, “Jesús se puso a llorar, y los judíos comentaban: ‘De veras ¡cuánto lo amaba!’” (vv. 35-36).
A ustedes los he llamado amigos, es un libro que he escrito con el anhelo de suscitar un acercamiento a la Persona de Jesús en clave de amistad. Se ofrece en nuestro Instituto Bíblico Católico.
La Iglesia, Madre y Maestra, en uno de sus Documentos más bellos, nos enseña que es de verdad significativo que Jesús “trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con corazón humano” (GS 22).
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